La noticia luctuosa del derrumbamiento del edificio en Los Cristianos, con la irreparable pérdida de vidas; más la renuncia de Soria y los reproches de Aznar al ser multado por Hacienda, conforman estos últimos el prolegómeno de la cíclica campaña de amenaza fiscal. Prescindiendo de esto, entro en materia.

No es nuevo que nuestras islas están obligadas a facilitar hospedaje y asilo a tantas embarcaciones que con diversos fines confluyen en nuestras costas, como escala previa al salto atlántico. Sin embargo, debemos reconocer que la faceta relativa a embarcaciones de recreo estaba hasta ahora casi relegada a la iniciativa privada.

Después de más de cinco siglos de iniciativas fallidas, la primera ciudad turística de Canarias y una de las pioneras de España disfrutará a medio plazo de un puerto acorde con su población. Proyecto en el que me permito aportar algunas matizaciones a la vista de su infografía inicial, relativas a la operatividad en la estrecha superficie de su dársena comercial. Pese a los avances en propulsión y maniobra impensables en otras épocas, no cabe la menor duda que los barcos actuales necesitan más espacio para bornear y atracar con menores riesgos propios o ajenos. Por ello, entiendo que una de las premisas será dejar abierta su ampliación futura. Otra cuestión, vistas las láminas interiores de agua salada, será construir un sistema de drenaje natural por la playa opuesta en la zona del Penitente. Recuérdese el ejemplo de nuestra Marquesina capitalina, con sus aguas malolientes y contaminadas, que necesitaron comunicación con la dársena de Los Llanos para su renovación. Una acción vital para la salubridad de los canales diseñados en el proyecto portuense. Otra cuestión será la evacuación de residuos orgánicos en los edificios y locales comerciales por construir, así como unas normas de uso y conservación de la salubridad del medio marino, contra la ingrata costumbre de arrojar al mar todo lo que nos estorba; y a las campañas de limpieza me remito.

De la operatividad de la dársena, reitero que sus dimensiones resultan angostas para una maniobrabilidad garantizada, a la que hay que sumar los vientos y las mareas. Después habrá que solventar el sistema de accesos y comunicación, en una ciudad con un trazado de calles constreñidas desde siglos y el progresivo caos circulatorio a la hora del trasiego de pasajeros, recogidos en guaguas de mayores dimensiones, que necesitarán mayor espacio de estacionamiento. En cuanto a la rentabilidad de la zona deportiva, ignoramos si será en parte de alquiler o de compraventa de sus pantalanes. Del muelle pesquero, otro tanto, habida cuenta que estos artesanos se consideran dueños morales de un litoral conocido desde generaciones, y que por ello deberán practicar el mismo celo para su conservación en las mejores condiciones de limpieza y operatividad.

Tal vez resulte excesivo el plazo de construcción previsto -sería menor sin tantos trámites administrativos y la aprobación de Costas-, pero el tiempo dará respuesta a esta aspiración en beneficio del emporio turístico del norte insular y de toda nuestra Isla, aquejada, como dije al principio, de una escasez de opciones en su faceta deportiva; iniciada en turismo desde el pasado siglo XIX.

Hagamos votos para que los entendimientos iniciales cristalicen en Tenerife, y que no ocurra como lo acontecido en Las Teresitas, y su plazo para desalojar los barcos allí fondeados; cuya única opción será situarlos entre el dique de protección recién construido y la escollera. O eso o deshacerse de todas las embarcaciones particulares, que no puedan hacer frente a los costes de un puerto privado.

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