Hoy se celebra en todo el mundo el Día del Libro. La fecha fue elegida porque el 23 de abril se conmemora el fallecimiento de Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Tradicionalmente, se cree que ambos murieron ese día, y el mismo año, 1616. Es falso. La historia construye mitos extraños: Cervantes falleció realmente el 22 de abril de 1616, aunque fue enterrado al día siguiente, eso sí. En cuanto a Shakespeare, murió probablemente once días después que Cervantes, lo que ocurre es que en aquellos años, en España ya se usaba el calendario Gregoriano, mientras que Inglaterra se regía aún por el Juliano, con diez días de desfase. El tránsito del Gregoriano (Old Style) al Juliano (New Style) no se produjo en la Gran Bretaña y sus colonias hasta 1752, y provocó grandes disturbios, porque la gente se quejaba de que el Gobierno les había robado diez días. Por eso, durante casi un siglo y medio, se siguió consignando el 23 de abril como fecha de la muerte de Shakespeare, que -de acuerdo con el actual calendario- la habría palmado el 3 de mayo de 1616.

Así, en el 400 aniversario de esa supuesta coincidencia, las vidas de don Miguel y mr. William se han vuelto a emparejar este año para una celebración de la literatura de ambos, que ya es planetaria, global. A la Humanidad le gustan los mitos, y los que tienen que ver con la muerte y las fechas calan muy profundo. Los estudiosos y expertos llevan siglos buscando supuestas coincidencias entre el bardo y el cautivo de Árgel. Pero sus biografías y literaturas ponen de manifiesto más bien todo lo contrario: aparte del misterio que rodea su genio, sus vidas no tienen nada que ver. Uno fue un hombre de acción, hijo de una familia acomodada, aunque no tenía donde caerse muerto; el otro era un cómico de extracción social muy modesta, hijo del fabricante de guantes de Stratford-upon-Avon, que acumuló un cierto patrimonio. Sus literaturas discurren por caminos distintos: el soldado Cervantes despreció el poder y la guerra como musas, mientras el escritor Shakespeare siempre se sintió atraído por la historia y la realeza. Shakespeare vertió la mayor parte de su inmenso genio en el teatro y la poesía, y Cervantes prefirió la narrativa, construyendo la mayor novela jamás escrita. Aunque también exploró lírica y drama, como cualquier escritor de su tiempo. Los dos personajes más conocidos de ambos, Hamlet y Don Quijote, están unidos. A juicio mío, por una moderna concepción de la locura como lucidez. Turgueniev no está de acuerdo conmigo: dijo que Hamlet y Don Quijote "son personajes universales que representan polos opuestos de tendencias humanas". Puede comprobarlo leyendo la edición que Austral ha hecho -en dos preciosos volúmenes- de lo mejor de ambos. O recrearse en los cuentos cortos de "Lunáticos, amantes y poetas", doce historias inspiradas en Shakespeare y Cervantes, en un libro delicioso coordinado por Salman Rushdie. O -para saber más- puede acudir al ensayo "Entre Cervantes y Shakespeare: sendas del renacimiento", de Zenón Luis-Martínez y Luis Gómez Canseco.

Y si no le van las conmemoraciones oficiales, si le repatea este aniversario forzado y su extraordinario catálogo de celebraciones, pero aún así quiere festejar el día con una buena lectura, entonces puede acudir a las "Crónicas reales" del Inca Garcilaso, historiador y escritor peruano, fallecido en Córdoba -él sí, realmente- el 23 de abril de 1616. Se sentirá además solidario: el Inca no tiene detrás de él a la industria editorial de las lenguas europeas más extendidas.