Las primeras bibliotecas grandes que vi en mi vida estaban en La Orotava, las tenían en sus casas mis amigos Juan Antonio y Domingo Eulogio.

Lo recordé este último viernes en la plaza de la Villa, donde íbamos a (tratar de) ligar los chicos del Valle los domingos por la tarde, cuando caía a plomo la soledad de aquellos tiempos en los que el silencio tenía el eco de las guaguas.

Me invitó Graciliana Montelongo, alma de la Feria del Libro de La Orotava y del Encuentro de Escritores Canarios, que este año va por la tercera edición. La plaza tiene ahora más bares, además del ilustre quiosco que siempre estuvo ahí, con su templete; está todavía, en la esquina que da a la calle de las tiendas, la pastelería de Anita (a la plaza la llaman "La Plaza de Anita", ella se lo ganó), pero me dijeron que Anita ha muerto. Una leyenda orotavense.

Pues en ese marco se celebra esta feria del libro; vi las casetas blancas, los libros canarios y de todo el mundo, la gente curioseando en las mesas donde se exponen, esa ilusión que siempre hay en las caras de los libreros y de los editores, pendientes de la mirada de los lectores y de los autores.

Me hizo mucha ilusión estar ahí, recordar tantos tiempos pasados en esta villa ilustrísima donde descubrí aquellas bibliotecas, donde hice mis primeras armas periodísticas, y donde compré, por ejemplo, un libro que fue fundamental en mi vida, Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante.

Pero esta vez estaba con nuevos libros, con nuevos amigos, y además tuvo la gentileza Graciliana de invitarme como escritor canario. Siempre me he sentido un periodista, desde que era adolescente, y me da un poco de pudor presentarme (o que me presenten) como escritor. Escribo (libros, poemas) como si fuera otro, una persona que a veces acude a mi, me transmite sus pensamientos o sus miedos, o sus dudas, o su tristeza de vivir, y luego se va, deja al periodista solo ante su oficio.

De modo que ella me invitó como escritor, y me sentó junto a sus compañeros, algunos de los cuales (Aquiles García Brito, Cecilia Álvarez, Juanca Romero, María Isabel Guerra García, Antonio Arroyo, la propia Graciliana) tuvieron la gentileza de darme sus libros, de narrativa, de poesía, de testimonio periodístico... Y me contaron, además, de un proyecto benemérito, una editorial que lleva Aquiles y que, con el nombre bien transparente de NACE, se pone en marcha para dar acogida a la escritura de las nuevas generaciones de escritores de nuestra tierra...

Me alegró mucho que me invitaran y que me pidieran que hablara en esa plaza maravillosa que hay al pie del muy legendario Liceo de Taoro, que vi pulido y hermoso como en sus mejores tiempos. Mi alegría por estar allí, entre escritores canarios (canarios de todas partes, incluso de Venezuela y de Argentina, pues ser canario es ser de todas partes, como ser pez o nube), tiene una raíz que les voy a contar a ustedes en baja voz, pues no es tan importante, excepto para mi.

Desde que murió mi madre, en 1981, sólo he escrito de la peripecia canaria de mi vida; mi raíz, mi barrio, mis hermanos, el patio de mi casa del que habla mi amigo Juan Manuel, la playa, la calle en la que nací, la casa, lo que escuché en las plataneras y en las fogueterías. Estar allí, pues, como escritor de mi tierra, me pareció, por parte de Graciliana, una deferencia y un honor. Por eso les hablé allí de una frase de Samuel Beckett que leí hace años mientras estaba junto al Teide, en Las Cañadas, quizá el mejor sitio para encontrar esa frase. Decía Beckett, que era isleño de Irlanda: "Un isleño jamás abandona la isla, pobre de mi; la isla siempre va conmigo". Y la isla siempre ha ido conmigo, hasta este mismo instante, hasta este mismo suspiro. Por eso allí, en La Orotava, este viernes, me sentí en el centro de mi isla porque también estaba en el centro mismo del descubrimiento de las bibliotecas.