Pablo Iglesias ve por primera vez el miedo en la cara de los periodistas. Debe ser que los ha mirado por primera vez. Cualquiera que cobre un sueldo con el que apenas llega a fin de mes en una profesión que esta viviendo la incertidumbre de una Gran Extinción seguro que lleva un careto que expresa un cierto grado de pánico.

Pero Iglesias no se refiere a ese miedo, sino a otro. Al de unos profesionales que son expuestos ante la opinión pública como manipuladores de la información siempre dispuestos a que la verdad no estropee un buen titular. Al de un periodista señalado ante la turba por el dedo pantocrático de Pablo.

El concepto de la verdad periodística es absurdo. Porque la verdad no existe. Los periodistas contamos a la gente las cosas que pasan y opinamos sobre ellas. Creerse todo que dicen los medios es una estupidez. Y de hecho, sólo ocurre en los regímenes totalitarios.

La libertad crea cierta confusión. La democracia lo que garantiza es la existencia de múltiples fuentes de información. Lo que existe es la libertad de elegir a quién se lee, a quien se escucha y lo que se ve. Y sobre todo en dónde. Aquí los presidentes no interrumpen la programación de las televisiones para lanzar interminables soflamas patrióticas y didácticas. Y los medios críticos no son exterminados por el régimen político. Aquí no.

Para Iglesias los medios, especialmente la televisión, son "un nuevo espacio mediático susceptible de ser politizado" (Pablo Iglesias, "Entender Podemos"). Y hay que reconocerle la habilidad para haber trepado a la notoriedad y el éxito político a través de su inteligente utilización. Con los principios definidos por George Lakoff ("No pienses en un elefante") el líder de Podemos reclamó una imparable escalada de atención mediática que se retroalimentaba.

Pero el profesor universitario devenido en líder carismático olvida que la moneda de la fama tiene dos caras. Su romance con los medios -en realidad un amor instrumental- empezó a torcerse en cuanto empezaron a surgir las primeras contradicciones lógicas en la gestión del triunfo electoral. Su pelea con Echenique, el sacrificio de Monedero, el distanciamiento de Errejón tras el ajusticiamiento de Sergio Pascual, la interpretación crítica de sus "boutades" en las negociaciones del pacto imposible de izquierdas... ya no servían a la causa. Los periodistas, entonces, dejan de cumplir su función de propaganda y empiezan a ser molestos críticos. Por eso es el momento de hablar de sus caras de miedo. De matar al mensajero. Porque, además, vienen nuevas elecciones y hay que sacar otra vez de paseo al elefante de Lakoff. Y en eso de llamar la atención, es el mejor.