Hay algo en el "Rinaldo" que se estrenó ayer en la Sala Sinfónica de Tenerife que me recuerda a Tim Burton, algo que me transporta a las secuencias de "Charlie y la fábrica de chocolate" y algo también del bucólico protagonista de "Eduardo Manostijeras". Con dos retazos tan cinematógraficos, no es necesario incidir mucho más de la cuenta en el hecho de que la italiana Stefania Panighini, directora de escena de la ópera que se vuelve a representar hoy al mediodía (12:00 horas), ha conseguido un "Rinaldo" muy cinéfilo. Salvando las distancias y sin restar ni un solo gramo de talento a la impulsora de una gran explosión de fantasía, la ópera tiene poderoso aroma a Tim Burton. Quizás, esa conexión la provoque el riesgo artístico que Panighini le ha inyectado a este belicoso título para transformarlo en un cuento. Igual, es el pulso constante entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal o las piezas blancas y negras.

La solución de convertir un campo de batalla en un tablero de ajedrez es una magnífica vía de escape hacia un mundo ocupado por una audiencia aún en construcción. Y es que a nadie se le escapa que esta producción, además de darle una vuelta más al barroquismo de Händel, está pensada para captar clientela. Este "Rinaldo" es un apetecible cebo para pescar seguidores por parte de los profesionales de un género musical que hace tiempo que realiza llamadas de atención escénicas de estas proporciones para renovar las caras del patio de butaca. El gancho visual, al que volveré más adelante, es intenso, aunque no menos interesante es la "obra de demolición" que ejecuta acertadamente el maestro Rubén Díez: concentrar el libreto original en poco más de 65 minutos es un ejercicio de síntesis admirable.

Desconozco si Händel aceptaría la utilización del bisturí con tanta generosidad, pero el resultado es más que apetecible: el viaje que proponen los músicos de la Orquesta Sinfónica de Tenerife por esta autopista barroca llega con nitidez a los más jóvenes, es decir, que esa vía también se recorre con éxito en compañía de un conjunto de voces con sed de proyectos operísticos de mayor envergadura. Laura Vereccha (Rinaldo), Carmen Mateo (Almirena), Blanca Valido (Armidea), Silvia Zorita (Godofredo), David Astorga (Eustazio) y Javier Povedano (Argante) se reparten el protagonismo en un título que se adapta sin fisuras al potencial de un elenco en el que inevitablemente la ilusión siempre se tiene que colocar por delante de la experiencia. En este apartado también es fácilmente reconocible un acento andaluz, y algo snob, con el que Argante se deja ver en los primeros compases de una función en la que hay un dragón que escupe fuego, que sobrevuela la caja escénica con varios intérpretes en su interior y en la que los peones -figurantes ataviados con prendas de color negro y blanco- juegan un papel determinante a la hora de mover el motor de una ópera que supera con creces los objetivos para la que se creó. No es fácil hallar una producción tan bien armada cuando el presupuesto del que dispones está a una distancia sideral del Gran Teatro del Liceo de Barcelona, La Scala de Milán o el Metropolitan Opera House neoyorquino. El ajedrez es así de mágico. Cuando la razón se posiciona por delante de la pasión, las posibilidades de atar una gran victoria aumentan considerablemente.

¡Jaque mate!

Belleza y sobriedad en los diseños de Leo Martínez

Una parte del magnífico desarrollo escénico de Stefania Panighini se apoya en la belleza y sobriedad del vestuario desarrollado por Leo Martínez./ M.PISACA