En otros tiempos, la plaza Weyler de la capital fue, sin lugar a dudas, centro neurálgico donde se hacían toda clase de negocios, compraventa de propiedades, traspasos y especialmente intercambio de acciones de aguas. Corría el año 1954 cuando ya transitaba el lugar, con apenas 18 años, por lo que hoy quiero recordar a muchas de aquellas personas con las que tuve un trato personal y profesional, y que desgraciadamente ya no están con nosotros.

La persona que me introdujo en aquel batiburrillo de negocios fue mi jefe de entonces, Leocadio Ramos González, más conocido por "Juan Chirijer". Había sido canalero de galerías de aguas, el que hacía la distribución de aguas a las diferentes fincas. Fue un segundo padre y, a pesar de los años transcurridos, lo sigo recordando, porque era un hombre entrañable, serio, honesto, sin estudios, pero con un gran talento. Su don de gente le permitía tratar por igual a la aristocracia, propietaria de las grandes fortunas y de las mayores fincas de plátanos, como al pequeño empresario que se iniciaba. Todos le tenían afecto y se fiaban de sus propuestas. Fue quien me enseñó a regatear para saber cerrar un negocio con un simple apretón de manos, porque entonces se cumplía y la palabra iba a Misa. Ser su persona de confianza supuso abrir un abanico de expectativas y ser apreciado por mucha de la gente que acudía diariamente a tratar negocios, tanto es así que en poco tiempo me convertí en su mano derecha. Todo lo hacíamos juntos y delegó en mí la visita de clientes, sobre todo los del norte de la Isla, ilustres personalidades y de apellidos conocidos. Nombrarlos a todos sería interminable, pero voy a hacer una excepción con don Leopoldo Cólogan Osborne, Marqués de la Candia, que asistió a mi boda con su esposa, hija del General Machado, y que años más tarde me correspondió invitándome a la de su hija que se casó con un Ybarra, marca que mi empresa comercializaba entonces. Siempre me tuvo un enorme afecto y sentí no poder acudir a su entierro por estar fuera de viaje de trabajo.

Otra persona entrañable fue el alemán Christian Solheim, casado con una portuense de la familia González del Carmen, dueños de fincas de plátanos. Era un pequeño industrial, excelente persona y simpatiquísimo. Venía casi a diario a la oficina para tratar con mi jefe, y le encantaba llevarme a comer unas buenas viejas en casa Longinos en Tacoronte, donde nos reuníamos siempre con gente mucho mayor que yo.

Otro extraordinario negociante fue Cabrera "Cabrerita", palmero de nacimiento, pero que pasó su vida en Tenerife, un hombre honesto y el mejor vendedor y tratante que he conocido. Era además un gran verseador, de todo hacía una copla.

También trataba con los cobradores de los recibos de galerías. Recuerdo con mucho aprecio a los "Machines" de Igueste. A otro de Tacoronte que llevaba una enorme cartera canela llena de recibos de muchas galerías y se llamaba Amable García Ortiz, un hombre afectuoso y muy resuelto económicamente, que además era muy generoso conmigo. De los vendedores recuerdo a Graciliano, a Santiago "El Caneco", a los Lima, que también cobraban recibos... muchas personas de la época como los de la Rosa Reyes, que tenían la oficina en una casona frente al Callao, o don Pedro el de la Bolsa de Aguas, a don Matías Delgado, con sus repuestos mineros, una gran persona, a su hijo Matías, que es arquitecto y fue compañero en la Atao.

Este repaso viene porque dando una vuelta por la zona, no encontré a nadie de los habituales. Me pareció ver de lejos a Nino el luchador y algún otro que venden pisos y poco más. Sin embargo, hace unos diez años aquello era un hervidero con mi gran amigo Plácido, el sargento de la Policía Municipal, a la cabeza, que atrajo a mucha gente. La crisis y las pérdidas de Angelito Fariña, Pepe "El Cachorro", Pepe Navarro y otros que caminaron derechos al cielo, han llevado a que ya nadie se siente allí a negociar.

Siguen en mi memoria Plácido y Angelito, compañeros del alma y amigos serviciales a los que llevo en el corazón y con los que compartí gratos momentos.

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