"El único punto de partida concebible hoy para una izquierda realista consiste, pues, en tomar conciencia de la derrota histórica". Sobre esta piedra edificó Pablo su nueva iglesia. Podemos se asomó a la política española como una fuerza social transversal, un movimiento, heredero de las manifestaciones del 15 de mayo, que se alejaba de la fórmula tradicional de las izquierdas comunistas en permanente crisis y abocadas elección tras elección a una sempiterna minoría. "Que se queden con la bandera roja y nos dejen en paz. Yo quiero ganar", decía Iglesias apenas hace un año a la pregunta de por qué no una confluencia con Izquierda Unida. ¿Qué ha cambiado en este tiempo para que Iglesias haya decidido abdicar de ese discurso -el "diálogo de trileros" de las izquierdas y las derechas- y anunciar un pacto con los restos invertebrados del comunismo español?

Lo que se ha transformado no es la realidad social, sino la matemática electoral. Podemos ha echado mano de la calculadora ante la repetición de las elecciones y el pragmatismo se impone sobre las ideas. La única manera de superar el desgaste electoral en unas nuevas elecciones o impulsar un crecimiento que les lleve a transformarse en la verdadera izquierda española, arrinconando a la decaída socialdemocracia del PSOE, es una alianza en términos de poder con un partido que pese a tener casi un millón de votos apenas obtuvo dos diputados en el Congreso.

La relación de Podemos con IU fue una confrontación que se saldó, allí donde se pudo, con un vaciado de cuadros del partido de Garzón, que se pasaron al proyecto de Iglesias. Unos abiertamente. Y otros, como en Madrid (Tania Sánchez "No, punto, no vamos a entrar en podemos") creando un cisma que desangró a la formación de izquierdas. Pero que no separe el hombre lo que la conveniencia electoral une. Al cabo de la calle, Podemos necesita blindar sus resultados electorales ante la incertidumbre de tener que competir con sus aliados en los territorios secesionistas.

El chófer de Pablo Iglesias se perdió ayer en el palacio de La Zarzuela, pero su ocupante nunca se pierde. Cuando hizo falta dijo "foos" a los comunistas sin que se le moviera un pelo de la coleta, porque Podemos no formaba parte de ese fracaso histórico "moralmente" inaceptable. Luego se alió con los partidos independentistas, las Mareas, En Comú y Compromís, con intención de metabolizarlos hasta que a mitad de digestión se dieron cuenta y salieron zumbando. Ahora toca volver a la mesa para zamparse a los restos ablandados de Izquierda Unida.

En política "quien decide los términos de la disputa decide en gran medida sus resultados". Iglesias sigue el catecismo. Quiere llegar al escenario de unas nuevas elecciones polarizando el voto en un nuevo bipartidismo, pero con Podemos en uno de los extremos. Las urnas de junio no son el resultado previsto de un fracaso, sino la oportunidad histórica de enterrar a la socialdemocracia española. Es la hora de asaltar el cielo y para tomar impulso nada mejor que el cadáver exquisito de Pedro Sánchez.