Al aterrizar en Tenerife sus ojos se disputaban el privilegio de captar la belleza que ofrecía el campo visual. Fui testigo directo de lo que supone para alguien que viene de la capital más septentrional del mundo visitar la Isla por primera vez. Óskar, un islandés de 45 años, explicaba con el rudo acento de Reikiavik la sorpresa por la intensa amalgama de colores y la enigmática sensación de estar a 25 grados en pleno invierno, un teorema imposible de descifrar en la Europa que olvida entre el frío y el hambre a sus refugiados.

Óskar preguntaba mucho, y tenía la capacidad de admirar el paisaje insular a la vez que leía periódicos en español y analizaba la realidad que pisaba, quizá por su formación como sociólogo en la Universidad de Akureyri. Me preguntaba con ahínco si en Canarias los partidos políticos elaboraban los planes generales de ordenación a la medida de los grandes especuladores, porque en Islandia y el resto de los países nórdicos cualquier decisión tomada por un responsable público dentro del desempeño de su profesión tiene que ser conocida por los ciudadanos. Escuché cómo le contaba a su familia las virtudes de una tierra tan diferente a la suya: "Esto es una maravilla; sin embargo, aquí se depredan los acuíferos, existe un uso desmedido de fitosanitarios y el control del vertido es un problema. Incluso algunos ayuntamientos permiten el uso del glifosato".

Conocía la política regional y no entendía por qué el PP despedía a Soria entre abrazos y vítores, mientras que en su país miles de personas exigían la dimisión del primer ministro por las revelaciones de los papeles de Panamá. Casi sin argumentos, le intenté convencer de que el PP es ya un partido moderno que quiere elegir a sus cargos orgánicos a través del voto de los afiliados. Antes de sentarnos a comer, me resultó embarazoso hacerle entender que aquí casi el 80% de las familias llega con dificultades a final de mes y que más de 500.000 canarios se encuentran en situación de exclusión social.

Tomamos un refresco y barajo la posibilidad de engañarlo, pero no puedo: aunque Islandia lidere la estadística de países donde hay una mayor igualdad entre hombres y mujeres, en el Archipiélago las mujeres cobran el 15% menos que los hombres. Me pide que lo lleve a la universidad para conocer sus instalaciones y el funcionamiento interno, pero Óskar sabe que el 20% de los estudiantes matriculados dejó sus estudios durante el primer curso y que en solo un año las universidades perdieron 1.300 alumnos por la subida de las tasas de matriculación y la rebaja de las becas.

No solo se interesaba por los futuros licenciados y diplomados; también por los centros escolares que abrían en verano para dar de comer a los miles de niños sin recursos. Quedaba atónito cuando veía a los políticos sacar pecho por tan loable iniciativa; él me aseguraba que en Islandia era motivo de dimisión.

Antes de llevarlo de vuelta al aeropuerto, el perspicaz islandés se reservaba una última pregunta: "¿Oye, es verdad que despidieron a una señora que trabajaba en el albergue de Santa Cruz por llevarse cuatro lonchas de queso y dos panes?". "Vamos Óskar, el avión está a punto de salir".

@LuisfeblesC