Anita, que durante décadas ha estado al frente de su pastelería en la plaza más emblemática y bella de La Orotava, vive, tiene 83 años. Hace una semana lamenté aquí su muerte; me habían dicho que esa plaza, que en mi juventud fue la de mis primeras correrías sentimentales, tenía el nombre de la ilustre repostera y que ésta lamentablemente había fallecido. Pues no ha fallecido, me equivoqué. No sirve de nada explicar por qué me equivoqué, pero lo contaré para hablarles de un defecto en el que muchas veces incurrimos los periodistas y en el que caí yo mismo en esta ocasión, y probablemente habré caído muchas veces más en el pasado.

Me habían dicho, al llegar a esa plaza el viernes 15 de abril, que a ese lugar tan bello no lo llamaban como se denomina, sino que recibe el nombre de Anita. La plaza de Anita, por la notoriedad de su negocio. Al llegar a la reunión de escritores de la que aquí mismo di cuenta comenté esta circunstancia y alguien, probablemente confundido por otras informaciones igualmente inveraces, me informó de que esta buena dama orotavense ya no estaba entre nosotros. Lo lamenté, claro, y como modo de homenajearla con el cariño admirativo que se merece así lo hice constar en mi crónica.

A veces nos llevamos por falsas impresiones que, en el periodismo y fuera de él, nos llevan a conclusiones que explicamos muy a la ligera. Al dejar el lugar en el que estábamos aquellos amigos observé que la pastelería estaba cerrada, y anoté en mi memoria ese hecho como si así se corroborara esa información falsa que circuló en el almuerzo.

Como decía mi madre, no tengo perdón de Dios. Cualquier información que demos los periodistas, desde la más grave a la más banal, sobre todo si tiene que ver con la vida de las personas, ha de ser comprobada hasta el último detalle. Periódicos mundiales, como el New York Times, tienen en sus redacciones equipos enteros de periodistas cuya especialidad es el fact checking, gracias al cual evitan errores de informadores y de columnistas, a los que seguramente anima la voluntad de acertar pero que no aciertan del todo en la verificación de los hechos de los que parten para sus noticias o para sus análisis.

Este defecto en el que yo he incurrido en esta ocasión está siendo acelerado ahora por la rapidez en la circulación de informaciones; los periódicos (contraviniendo la famosa máxima de García Márquez: Hay que darlo mejor, no hay que darlo el primero) queremos competir con Twitter y nos lanzamos a decir lo que sea sin previas comprobaciones. Ahora mismo se están lanzando al periodismo escrito o televisado cientos de nombres de personas, miles de nombres de personas, de cuyas actividades, públicas o sentimentales, se dan todo tipo de detalles que el lector no sabe de veras si se verificaron o no. La proliferación de las referencias a "las fuentes", cuya identidad no se desvela, o a refugios atómicos de verdades que nadie comprobó antes, o cuyos detalles no se expresan, han llenado los periódicos, incluidos los de referencia, de datos cuya sustancia no consta.

Juan Carlos Onetti, el gran escritor uruguayo, publicó un célebre artículo que tituló "El señor Fuentes". Decía el autor de "El astillero" que era tan habitual ver ese vocablo, "fuentes", en las informaciones de la prensa española (y latinoamericana) que resultaría apropiado que los periódicos pusieran en nómina al tan mentado "señor Fuentes".

El problema de la falta de verificación es el primer problema del periodismo, como concluía Bil Kovach en su famoso libro "Los elementos del periodismo". Pues en ese problema he caído yo, por lo que le pido perdón a los lectores de EL DÍA, a Anita y a la familia y amigos de Anita, felizmente viva en La Orotava.