Invitada por la Facultad de Filología de la Universidad de La Laguna como ponente en la jornada "La explosión surrealista, Canarias y Pedro García Cabrera", la poeta, ensayista y crítica literaria francesa Annie Le Brun (Rennes, 1942 ) pronunciaba el viernes una conferencia que bajo el título "On ''n enchaine pas les volcans" (No se puede encadenar a los volcanes) desgranaba su último trabajo, una edición que compila la obra del marqués de Sade, de la que es una reconocida experta, y George Bataille.

De factura menuda, ojos vivaces y discurso firme, esta compañera de Andre Breton y el movimiento surrealista hasta su disolución en 1969 también percibe lo surreal de la Isla y la fuerza del volcán, mientras no ceja en el empeño de reivindicar lo sensible y personal frente a la uniformización del mundo tecnológico que propone el capitalismo. "Sean cuales sean las cadenas, nunca funcionan".

Habla de una sociedad anestesiada por el exceso de realidad y de información.

Ese exceso representa una nueva forma de censura y entre sus consecuencias está la indefinición: todo queda en el mismo plano y eso genera en las personas una sensación de insatisfacción continua que permite venderlo todo, porque todo se convierte en mercancía, también nosotros. Por eso es importante el volcán.

¿A qué se refiere con esa figura?

A que debemos prestar atención al fuego interior, a lo que hay de singular en cada uno, de manera que entendamos que no somos iguales y por tanto intercambiables. Tenemos el deber de encontrar esa diferencia y hacerlo desde la sensibilidad.

¿La rebelión es una alternativa?

Establezco un paralelismo con los movimientos anarquistas, porque creo que analógicamente estamos viviendo una situación similar. Considero que, como entonces, debemos luchar por recuperar todo aquello que el capitalismo nos ha quitado; si no es así, estamos abocados al caos.

¿Qué papel están representando los intelectuales?

Catastrófico. El comportamiento que caracteriza a los intelectuales se resume en el hecho de que han permitido que el poder los compre, convertidos al juego de la subversión subvencionada y posicionándose en contra de las clases populares. Existe un claro divorcio entre la izquierda y el pueblo.

¿Cree posible recuperar el aliento de los jóvenes surrealistas?

También se lo han cargado. Desde el momento en que el poder interviene y neutraliza lo artístico, el dinero se hace presente y las obras de arte se convierten en una mercancía más; se compran y se venden.

¿Y la sociedad civil?

Debemos cuestionarnos por qué en un momento dado un grupo de personas grita que no. La sumisión es contagiosa, pero la libertad, también.

Este mundo duerme, pero no sueña, dice Radovan Ivsic.

Desde el acto de soñar podemos encontrar el fuego interior, el volcán. Por esa razón el capitalismo se opone a los sueños, a la utopía. La gente duerme menos que antes; el sistema nos somete a la ocupación continua del tiempo. Los niños tenían la posibilidad de aburrirse y era entonces cuando soñaban. Ahora les llenan el tiempo con obligaciones, ordenadores, teléfonos móviles, todo tipo de objetos tecnológicos. De esta manera se pierden las relaciones humanas. Todo se traduce en cifras y de ahí se desemboca en la alienación.

¿Cómo percibe la violencia?

En esta sociedad ultrasofisticada, el poder consigue invertir la violencia más brutal. Basta ver cómo los países ricos salen adelante, mientras en los pobres se sufren toda clase de calamidades. Pero el sistema produce otras formas de violencia, como la que desarrollan las empresas multinacionales, ocupando territorios para su explotación y desplazando a comunidades de sus espacios naturales; también los Estados, amparados en los simulacros de las leyes y las financieras.

¿Qué respuesta propone?

Debemos apostar por lo que no se puede comprar, aquello que surge desde el volcán y es íntimamente propio, un tesoro que no debemos poner en venta.

¿Cuál es su lectura sobre los últimos actos terroristas en Europa?

No creo en ese mensaje que proclama un enfrentamiento entre Oriente y Occidente. Más bien considero que los actos terroristas se inscriben como un fenómeno más de la situación general. La ideología de los terroristas es catastrófica, fascismo religioso, pero lo considero una consecuencia del maltrato al que los han sometido, la opresión de los procesos de colonización y la masacre hacia sensibilidades distintas. No se trata de excusar la brutalidad inherente a los actos terroristas, pero sí poner el acento en la culpabilidad de la miseria intelectual en la que los han mantenido.

¿Y qué nos queda?

Soñar, afirmar todo lo que es singularmente nuestro, cultivar el amor y ampliar horizontes.