"Una de berberechos en Los Paragüitas? ¿Un medio whisky en el Atlántico?¿Almuerzo distendido y café, copa y puro en el Olympo?

Eran consignas. Los nombres y sus especialidades han quedado grabadas en la memoria colectiva de los chicharreros, asociadas a modas, a gustos, a usos y costumbres que formaban parte de lo cotidiano. Sencillamente encantaban.

Todos tenemos nuestro personal cofre de los recuerdos. Un corte de helado de Marpi, el vermú o la caña de cerveza en Los Paragüitas, la ensaladilla de La Retama, cerca de la Plaza Militar... Tantos y tantos nombres propios que, aunque se diluyeron por la realidad de cada época, quedaron perennes en la historia local.

La plaza de la Candelaria, la plaza de España y el quiosco-bar de La Alameda del Duque de Santa Elena fueron aglutinantes de ciudadanos, lugares de encuentro donde se podía dilatar el aperitivo, cada uno con su estilo genuino. Cuando la gente paseaba por esta zona de referencia ineludiblemente caía el refrigerio en algunos de los establecimientos mencionados.

Entre esa especial atmósfera urbana que propician los edificios de solera -el Palacio Insular, el edificio de la Cámara de Comercio, el Casino de Tenerife...-, emerge este otro blasón, el Olympo, que desde el pasado noviembre emprendió nueva etapa de la mano del Grupo Compostelana, empeño en el que se han sabido conjugar los elementos clásicos y modernos de restauración para reforzar la culinaria de una capital tinerfeña ávida de establecimientos de referencia.

¡Ah, las tapas! Como antes mencionábamos, refrigerios que, aunque humildes, se hicieron legendarios gracias a su buen sentido del género, de los aderezos y del maridaje con la rubia medida. Y esa es una de las facetas en la que el empresario José Rouco se ha empeñado en infundir alma y atractivo a través de una veintena de fórmulas de bocado en la que la sustancia canaria la aporta el chef Esteban Rodríguez.

Hoy, como antaño, estos enclaves daban vidilla a pandillas o las parejas para tomar refrescos y su acompañante. El tapeo del espacio culinario refleja claramente la renovación de un clásico: desde los "de siempre" (croquetas, tortilla española, langostinos en distintas preparaciones, calamar sahariano...) a los guiños netamente isleños, con el almogrote, la tabla de quesos de la tierra, carne fiesta, bacalao con batata y mojo de azafranillo...).

El jefe de cocina se distingue por una sesuda preparación profesional y un conocimiento de la cocina tradicional que ha adquirido en sus diferentes cometidos profesionales. De hecho, en el clásico, el comensal puede muy bien probar el recetario vernáculo sin tener que tomar autopistas ni carreteras.

Papas arrugadas con degustación de mojos, pulpo laminado con aceite de pimientas (Rodríguez es un experto en el octópodo), cherne asado a la espalda con papas arrugadas o el bacalao confitado sobre batata y mojo de azafrán canario (buenísimo)... Todavía más: carrillada de cochino a la malvasía o el conejo en salmorejo con papas bonitas troqueladas. Trazos culinarios de las Islas que conviven con otros también sabrosos y en los que la fusión es patente.

No pasa desapercibido el aspecto interior, la disposición del mobiliario, vajilla y cristalería del espacio: claro, diseño diáfano, mobiliario cómodo; espléndida cocina vista en la que se puede observar el ir y venir de los cocineros y del maestro pizzero. Desde el confort interior, con esas vistas a través de las amplias cristaleras, al bullicio de la terraza: todo conforma un acicate a rememorar una ciudad que, aunque moderna, no deja atrás sus nombres propios.

Por cierto, que la responsable de formar y dirigir a los profesionales de sala es Rosa Vázquez, que ha sabido conjugar una línea eficaz y amable de correa de transmisión entre la cocina y los clientes.

En la organización interna está claro el empeño de renovación de menús, que cambian cada seis días, y ahí están, con personalidad aparte, las pizzas y pastas, que en la plaza santacrucera llevan el reconocimiento y la demanda de los seis establecimientos del Grupo, uno de ellos en el Puerto de la Cruz, y que constituyen una oferta insustituible de la casa.

Esteban Rodríguez sabe entrelazar tradición con interpretaciones de fusiones y cocina internacional. El chef titular y su equipo saben encontrar registros gustosos tanto en el formato tapa (pulpitos fritos con champiñones salteados al ajillo, queso rulo de cabra frito con mermelada de mango...) como en los platos de la carta (gambas salteadas con verduritas al estilo oriental, brochetas de pollo al estilo marroquí con verduras asadas, solomillo de cerdo asado con salsa de naranja y miel de palma...).

La línea dulce, con elaboraciones hechas en la casa, sorprenden con el barraquito en versión postre y el mus de tiramisú como puntas de lanza.

En definitiva, en la renovación de este concepto sus impulsores han querido respetar la historia y nombre del emblemático local, eso sí, aportando este giro tanto a su gastronomía como a su espacio.

Boceto arquitectónico

Unas pinceladas para recordar que el Edificio Olympo, terminado en 1975 y con sus 57 metros de altura, fue el rascacielos vanguardista de Santa Cruz y un "faro" en el conjunto patrimonial, principalmente para los que arribaban en los barcos de las líneas marítimas. Cuenta con 19 plantas y con una arquitectura innovadora, de estilo postmoderno y con uso tanto residencial, como de oficinas y centro comercial, pronto lo convirtió en uno de los distintivos de la ciudad.