Cuando entró en el edificio, Carmela creyó que la muerte le rondaba y que aquel desconocido había venido a darle la extremaunción. Debajo de aquella sotana negra y con la cabeza atrapada en un alzacuellos almidonado a más no poder, el hombre saludó con un delicado parpadeo. Ella gritó que no estaba preparada para marcharse, que tenía a su cargo dos mellizas tragonas y que, en el cielo, todo estaba muy limpio con lo que a ella no la iban a necesitar allí arriba.

-¡Márchese! -le dijo.

Nos quedamos pasmados ante aquella reacción desmesurada, y solo cuando Eisi nos contó que en el oculista a Carmela le habían dilatado las pupilas, comprendimos que el efecto nebuloso había provocado que la llegada de aquel hombre le pareciera una visión etérea.

En medio de aquella escena dramática, a la par que ridícula, el presunto fantasma, se identificó como el nieto de doña Monsi.

-Vaya. ¿Y a qué se dedica? -preguntó Brígida, como si no tuviera claro el color del caballo blanco de Santiago.

-Si te parece es Darth Vader. No te digo... -se cachondeó Eisi, que recibió un codazo de Carmela en plena costilla izquierda.

Nos contó que era sacerdote y que había venido a ver a su abuela. La Padilla me miró con cara de "¿nadie le va a decir a este que doña Monsi asegura que no tiene ningún nieto?".

-Avisé de mi llegada en una nota que envié junto a un paquete ¿No les llegó? Era una pecera y dentro venía Hércules.

-Sí, claro. Imposible olvidarlo -pensó María Victoria, recordando la pecera atestada de peces que tenía en uno de los estantes del mueble del salón.

Mientras alguien subía a avisar a doña Monsi, Carmela le ofreció amablemente sentarse en las escaleras, maquinando que aquella sotana enorme era un perfecto atrapapolvo, con lo que si el cura se movía un poquito de un lado a otro, ella se ahorraría tener que barrer al menos ese escalón. Al momento, la presidenta llegó en el ascensor.

-Aquí está su nieto -dijimos todos al unísono y a mi la frase me sonó a título de concurso.

-No conozco a ese hombre -negó ella con desprecio.

-Pero abuela...

-He dicho que no -cerró la puerta del ascensor y pulsó el botón de subida.

A María Victoria le dio tanta pena del joven que le ofreció que se quedara en su piso mientras se arreglaba aquel entuerto.

-Total, donde caben cien pececitos, también cabe un cura -dijo indicándole el camino.

A la Padilla le entró la desconfianza de que el de negro no fuera realmente el nieto de doña Monsi, ni siquiera un cura, y le pidió a Eisi que investigara su verdadera identidad. A la espera del resultado, encerró a Cinco Jotas en el baño.

Temía que el presunto fuera un asesino en serie... de cerdos. Esa misma tarde, Eisi ya tenía la información y nos citó en la azotea.

-Confirmado. El pollo es su nieto.

-Y, entonces ¿por qué reniega de él? -preguntó la Padilla.

-Doña Monsi siempre quiso que su nieto fuera un artista consagrado, incluso llegó a pagarle a su hija para que lo llamara Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech, que es su nombre.

-Qué surrealista.

-Totalmente, pero a los siete años, el niño decidió que quería ser cura y, entonces, ella lo repudió para siempre.

Al escuchar aquella historia tan triste a Carmela se le volvieron a dilatar las pupilas y bajó a casa de la presidenta a echarle en cara su actitud. Decidimos acompañarle por si se tropezaba.

-Si se ha roto algo no hay dinero para arreglarlo -nos advirtió al vernos agolpados en su puerta.

-Hemos confirmado que Dalí es su padre -le espetó Brígida.

-¡Que no! -gritamos todos-. Que el padre Dalí es su nieto.

Doña Monsi dio un portazo y Carmela recuperó la visión nítida.

Aquella misma tarde, cuando Eisi bajó al portal, vio que Dalí había improvisado una pequeña capilla y seis señoras estaban escuchando su sermón. Casi le da algo cuando se percató de que el vino que estaba usando era el Marba Tinto Barrica que le habíamos regalado por su cumpleaños. A las señoras les gustó tanto -el vino- que ahora las tenemos todas las tardes, desde las cuatro, esperando por la misa de las seis.

@IrmaCervino

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