La distancia no es velocidad por tiempo, pero sí da una visión panorámica de lo que ocurrió e inexorablemente cae sobre nuestras cabezas. En tiempos de drones y sociópatas enmascarados, la noche ofrece cobijo indiscriminado a necesitados y miserables de soslayo, todos ellos en búsqueda ciega de bendición redentora. Como si la penumbra otorgara ese refugio infantil con el culo al aire pero la cabeza bajo tierra. Como si fuera tan fácil.

Complejo resulta encontrar vía abierta ante tal candado en confluciencia de caminos, pero Eva Amaral y Juan Aguirre dan con ciertos destellos en la profunda penumbra, por otro lado tan atrayente como devastadoramente cegadora. El concepto es tan furtivo como sugerente al coger de la mano a la persona adecuada y deleitarte de una oscuridad que no es tal cuando las estrellas te marcan el camino.

"Este disco nos pedía que hubira también una parte visual", concede Eva, quien explica sobre lo visto por Europa Press en el ensayo general de la gira en el Teatro El Silo de Pozoblanco (Córdoba), pocos días antes del estreno oficial este próximo sábado 7 de mayo en el festival SOS 4.8 de Murcia. "Va todo con el diseño del disco, con contraluces y destellos", adelanta.

Y es verdad que alejados a su manera de las grandes estridencias mediáticas, Amaral regresan con un espectáculo medido, elegante y preciosista sin grandes aspavientos. Con unos visuales que acompañan a las canciones sin eclipsarlas, pues eso sería imperdonable teniendo los recovecos de la nocturnidad como premisa. Se trata de que todo encaje y cuando lucen las estrellas el público aúlla en sentida felicidad. Y sin preguntarse de donde salen, mira al cielo.

Es ese cierto tipo de magia que surge del escenario pero sale de mucho más atras, donde las carreras, los nervios, los gritos de ansiedad y los aullidos atronan cuando apenas queda media hora para el inicio de la fecha definitiva, del estreno ante el primer público extraño. Porque aunque sepas que lo que tienes entre manos es cosa buena, falta el refrendo popular. Porque uno nunca sabe y si lo supiera sería el fin del mundo.

ENSAYO ANTE 800 AFORTUNADOS

Cual fogonazo, las incertidumbres se evaporan desde el instante mismo en el que se apagan las luces y aúlla el auditorio de 800 butacas pobladas por ganadores de un concurso de Radio3 y vecinos de la localidad, todos invitados junto a la prensa. Y la curiosidad reinante en la penumbra se disipa cuando las sombras del escenario se convierte en rostros reconocibles y la voz de Eva Amaral, guitarra acústica en mano, atrona con su habitual descomunal violencia en ''Unas veces se gana y otras se pierde''.

El estallido siguiente encadena ''Revolución'', ''Kamikaze'' y ''Salir corriendo'', caballos ganadores siempre, pero más aún ante un público que jalea con vehemencia el regreso a los escenarios de Eva y Juan, este último parapetado en su parcela del escenario tras una preciosa guitarra Grestch que suena constantemente grande, con furia cuando debe y con melodiosa precisión quirúrgica cuando procede.

"Está guay echarle un pulso a tu audiencia. No sé bien cómo decir esto, pero es como, tíos, es que no vamos a volver a escribir ''El universo sobre mí'' o ''Hacia lo salvaje''. Está bien que a la gente le lleves la contraria", avisa el guitarrista Juan Aguirre sobre el repertorio de esa gira que, por otro lado, él mismo se encarga de asegurar que no está cerrado.

En la idea del repertorio Eva y Juan están flanqueados en esta temporada por Toni Toledo (batería), Tomás Virgós (teclados) y Ricardo Esteban (bajista), quienes aportan savia nueva y expanden el sonido de Amaral hacia derroteros electrónicos profundamente evocadores, ampliando la paleta de colores y husmeando nuevos caminos sonoros, sin abandonar la ampulosidad conocida de sus himnos pop y su musculoso rock, más oscuro como norma en este nuevo tiempo de nocturnidad y alevosía emocional.

El concierto prosigue y la añeja ''No sé qué hacer con mi vida'' resucita convertida en una contundente pedrada inequívocamente rock, preludio de ''Siento que te extraño'' y de ''Nocturnal'', canción sobre la que de alguna manera pivota todo el concepto, tanto sonoro como audiovisual, y que se materializa en un escenario vigilado por la luna, repleto de estrellas y constelaciones, que juega con las sombras y que engrandece a las canciones en cada momento preciso.

La idea de toda esta historia no se olvida tampoco de engrandecer a los músicos en determinados momentos en la pantalla central. Unos músicos que, por otro lado, están organizados en un "semicírculo en torno a Eva", como concede Juan, quien además subraya: "Tiene que ver con los recuerdos que tienes del rock cuando eras niño. Es como, hey, hagamos un círculo y que la gente entre dentro".

Amaral han llevado grandes montajes escénicos en el pasado, pero en esta ocasión preside la elegancia, la coherencia y el buen gusto sin excesos. La originalidad, el menos es más. Todo el concierto es un paseo nocturno con Amaral a través de unas canciones que relatan una historia en la que el público se adentra también con esta encantadora parte visual, en la que no falta una gran bola de discoteca para la rave que se monta con ''Lo que nos mantiene unidos''.

Con un sonido limpio y arrollador se suceden ''El universo sobre mi'' (con Eva tocando -lo hace varias veces en la velada- una guitarra Rickenbacker negra y blanca comprada en la calle La Palma de Madrid tras enamoramiento de Juan) ''500 vidas'', ''Estrella de mar'', ''Noche de cuchillos'', ''Cómo hablar'', ''La ciudad maldita'' y ''Hoy es el principio del final'' con la vocalista correteando por el patio de butacas para jolgorio del respetable, a estas alturas ya desprovisto de cualquier tipo de timidez. Vamos, que la lía porque la gente quiere este tipo de gestos por otro lado adorables siempre.

LITURGIA

En este punto del concierto se lo llevan de calle, de manera que no sorprende que Amaral adentren a sus amigos Marta, Sebas, Guille y los demás a una liturgia conducida por un lúgubre órgano de iglesia que despoja al tema de todo su esplendor pop original, y que enlaza suave con el sentimiento de ''Cuando suba la marea'' y la dolorosa resaca de sentirse como una ''Chatarra'' con la noche de ayer escrita en la cara.

Juguetean sin complejos, añadiendo elementos quizás ajenos, como bien apunta Juan Aguirre al afirmar que "las fronteras entre la cultura rock y la cultura electrónica se han diluído", al tiempo que ella añade entre risas que no es algo premeditado: "Nos divierte y de manera natural hemos ido a ese mundo. Igual es que hemos salido más a bailar".

Sale el sol para celebrar los ''Días de verano'' (posiblemente el momento más aplaudido de la velada) pero vuelve súbitamente la noche con dos temas duros y animalistas como ''Cazador'' y ''Hacia lo salvaje'', terminando el recital con una suerte de grandilocuente épica funk en la que las fronteras entre estilos de nuevo se difuminan mientras los tambores atronan con inusitada y selvática contundencia.

Con el auditorio puesto en pie y ovacionando al grupo (los gritos de "guapa" y los piropos bravíos de todo tipo se suceden entre canción y canción toda la noche), vuelve la contundencia guitarrera con ''Llévame muy lejos'', antes de una versión aún más desesperada que de costumbre de ''Sin ti no soy nada'', penúltima muesca antes del emotivo cierre con ''Nadie nos recordará'', imagen idónea para ese momento en el que el viaje se acaba mientras brilla el aura crepuscular.