La república socialista federal del soviet de Rusia decretó el trabajo obligatorio para todos los ciudadanos bajo el lema: "Quien no trabaja no come". Antes de escandalizarse con el camarada Lenin, que sepa la gente de buen corazón que la frase está copiada de la epístola de San Pablo a los tesalonicenses.

Pero lo que cobramos por el paro no es un regalo. En España, casi la mitad del sueldo de un trabajador son costos laborales y aportaciones a diferentes fondos. Dicho de otra manera, es un dinero que se queda el Estado para pagar los servicios públicos o nutrir los fondos de pensiones y las ayudas al desempleo. Como verán, no existe nada que no paguemos nosotros mismos con el sudor de nuestro trabajo.

Últimamente, la política, dedicada siempre a cosas inútiles, ha inventado un metalenguaje para describir los inútiles esfuerzos de la cosa pública contra el paro. Una de las nuevas creaciones son los planes de "empleo social", que es una especie de ficción leninista del trabajo donde el "ayudado" realiza una tarea comunitaria de extraordinaria relevancia: por ejemplo limpiar cunetas.

Además de esta muy utilitaria iniciativa, existen los programas de formación, que intentan cualificar a trabajadores para darles movilidad dentro de los sectores demandantes de empleo: por ejemplo, transformar a un encofrador en un "maitre" trilingüe para un restaurante de dos estrellas michelín. Que debe ser más fácil que tener un sistema educativo donde a los niños se les enseñe una profesión y varios idiomas desde muy pequeños.

La fosilización cerebral de nuestros gobernantes es irreparable. El empleo sólo se crea en las administraciones públicas y en la empresa privada. En la cosa pública canaria ya van a reventar con diez mil nuevos funcionarios en los primeros tres meses de este año. Y en el sector privado, ordeñado con más y más impuestos, el naufragio no se detiene. Los años de subidas de impuestos a mansalva han logrado extinguir a miles de autónomos y cargarse el consumo. Este país se ha sostenido sobre el costillar de las rentas del trabajo (IRPF) y los impuestos sobre el consumo (IVA e IGIC). Cuando los responsables de Hacienda presumen de cómo ha crecido la recaudación resulta un espectáculo escatológico. No ha sido eliminando el fraude fiscal, sino subiendo los tipos. Los ciudadanos, con peores sueldos, han tenido que pagar más impuestos.

Las políticas de empleo y la formación de trabajadores en Canarias han sido un fracaso. A la vista está en nuestras tasas de paro. Pero lo que falla no es que demos cursos de peluquería cuando necesitamos cocineros, lo que falla está mucho antes. En nuestro sistema educativo, en la formación profesional y en las universidades. En la inexistencia de centros de referencia internacional en turismo en unas islas que son uno de los mercados mundiales de mayor éxito. Lo que falla es que durante décadas le hemos dado la espalda, como coburgos estúpidos y clasistas, al único negocio que nos ha funcionado. Y lo peor es que aún lo seguimos haciendo.