El fútbol, decía Gary Lineker, es un deporte que inventaron los ingleses en el que juegan once contra once y en donde al final siempre ganan alemanes. La famosa frase del jugador inglés, que resumía su decepción tras una derrota de Inglaterra en las semifinales del Mundial de Italia 90, ha dejado de tener sentido. El fútbol ha cambiado mucho en las últimas décadas. Ya no existe una soberanía indiscutible de ningún equipo y de ninguna selección. Existen los grandes y los que siempre han sido grandes. Pero las sorpresas ocurren, porque el destino se ha vuelto más imprevisible. Más justo. El Leicester, desde la humildad y el trabajo de equipo, ha terminado ganando la Premier inglesa imponiéndose a plantillas multimillonarias. Y el Atlético de Madrid, a trancas y barrancas, se ha colocado en la aspiración de ganar la Liga y en la final de la Champions eliminando a un equipo manifiestamente superior: el Bayern de Pep Guardiola.

Muchos profesionales han puesto a caer de un burro a los colchoneros. Dicen que el "catenaccio" es el antifútbol. Eso de colocar una guagua delante de la portería, acumular jugadores en el área propia y defenderse a las bravas desluce el espectáculo y destroza el fútbol. Pero quienes critican al Atlético por practicar la vieja doctrina de Rappan, de tanto éxito en Italia, se olvidan de algunas cuestiones esenciales. Ganarle a un equipo como el Bayern, plagado de talentos, es imposible si se le trata de tú a tú. El Atlético no se mete en un combate de boxeo contra un adversario que le triplica en peso porque sería una pelea perdida de antemano. Se agarra a él como en el judo, se pega como una lapa, suda la camiseta aguantando el empuje superior del adversario hasta que descubre un punto débil y se lo lleva al suelo. El ataque del Atlético es un puñal con el que lucha contra lanzas y espadas. Y gana.

Las victorias de los débiles no son fáciles. Están llenas de adversidades, de extrañezas donde juega la suerte. Los triunfos de los menesterosos, como el que gana en una pelea de taberna, no son limpios. Ni pueden serlo. Son victorias difíciles, a contrapelo. Cuando ganar parece imposible y sin embargo se gana es que se ha retorcido el brazo del destino.

El fútbol, desgraciadamente, enseña poco. Esta habitado por el exceso, por el insulto, por el fanatismo más radical y por la violencia. Hay estúpidos que agreden y que matan o mueren por un simple espectáculo. Pero quien es capaz de sentir el fútbol con pasión, sin que se le caiga el cerebro por el agujero del corazón, disfruta a veces de sucesos infrecuentes. Ver a los colchoneros en la gran final del fútbol europeo, dejando en la cuneta a equipos mucho mejores, demuestra que aún se puede soñar. Y que nada es imposible si eres capaz de luchar lo suficiente. Que el esfuerzo puede ser una moneda de cambio tan valiosa como el talento.