Son capaces de convertir la desidia y la incuria en puro arte. No hemos valorado como se merece el talento que supone perfilarse los labios mientras se debate la cuantía de las retribuciones complementarias fijas de los funcionarios. Seguimos sin apreciar el riesgo de pasar de nivel en el Candy Crush en el momento en que sus señorías votan la aprobación inicial del planeamiento general de un municipio o dirimen la alteración en la calificación de los bienes de dominio público. Parece fácil, pero retar con gestos a un compañero de otro partido a la vez que se defienden las elevadas tasas por la ocupación de la vía pública no está al alcance de todo el mundo.

Son los elegidos por el pueblo, aquellos que, adornados con el imperio del poder popular, corrompen la parte más solemne y pura de la municipalidad: los plenos. El esperpento está a la orden del día. Aunque pueda sonar a guasa, a un grupo político se le impidió presentar una moción para su votación en la que se reclamaba la reducción de los salarios del alcalde y los demás ediles liberados en el 10%, igual que las dietas por asistencia de los corporativos. Además, se proponía que el ahorro resultante, unos 45.000 euros anuales, se destinara a la ayuda social para familias sin recursos.

Los plenos actuales son los teleclubes de los años cincuenta, espacios abiertos a los vecinos del barrio pero hoy en día obsoletos y desiertos de público como consecuencia de la inoperancia de unos mecanismos de participación que se pierden en buenas intenciones y solo se soportan en el papel. La demagogia engrasa la maquinaria principal en la quimera de la implicación ciudadana y, por eso, un importante número de reglamentos orgánicos municipales no son efectivos. Tampoco la Ley de Municipios puede asegurar al cien por cien el cumplimiento de un precepto de transparencia que pocas veces se ejecuta.

Un político escribió una vez que "la participación es hoy algo incómodo para aquellos partidos que hacen de este concepto democrático un lema populista y electoralista que se olvida cuando el juego partidista así lo aconseja", reflexión que se confirma con el uso desmedido de la mordaza a colectivos y ciudadanos. Medias verdades, preguntas sin respuestas y ataques directos a la línea de flotación del enemigo político pueblan el paisaje plenario en muchos ayuntamientos donde se representan las más disparatadas obras de teatro.

No obstante, siempre están los que dan ejemplo y son la excepción que corrobora la regla en la dimensión del vicio personalista: el honrado alcalde de Primaria que habla mirando de frente y los rectos ediles de Infantil que discuten con total respeto los puntos más importantes del orden del día en un pleno que, para desventura de la comunidad, solo se celebra una vez al año.

Si tomamos como referencia el panorama actual y la estructura organizativa local, los plenos seguirán siendo un aburrimiento, un hastío orquestado para evitar que los contribuyentes participen en las decisiones más trascendentes sin conocer sus derechos y obligaciones como miembros de una comunidad, porque, al fin y al cabo, Groucho Marx tenía razón cuando entonó uno de los alegatos que mejor definen la política: "La función pública es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados".

@LuisfeblesC