Las palabras son herramientas de las que uno se sirve pero no solo para hablar con enjundia, ya que si fuera así entraríamos en el escenario de la retórica. Las palabras deben usarse y ponerse al servicio del pensamiento para abordar conceptos, alumbrar otros o reforzar los que abundan dentro del pensamiento político.

Además, las ideologías no han muerto; pasa que las que se venían arrastrando han sido remozadas y hasta sustituidas por otras que tienen diferentes visiones de la sociedad.

Y recordando a Norberto Bobbio, habrá que decir que el árbol de las ideologías está siempre reverdeciendo, y no existe nada más ideológico que eso que se da en llamar "crisis de las ideologías".

De la misma manera que desde el pensamiento aristotélico y platónico hasta Montesquieu se considera la política como una ciencia, y por ese camino ha discurrido hasta nuestros días.

Y por otro lado decir que el sentimiento es la relación que se tiene con el otro, o como reseña Spinoza, "sería un afecto del alma". Para mejor entendernos, el sentimiento es la complicidad de uno consigo mismo para desde la oscuridad de lo íntimo adoptar actitudes que entran en contraposición con el bien general, arrumbándose a discursos concretos para dejar hueco a motivaciones individualistas que nada tienen que ver con lo que enfáticamente denominamos "lo políticamente correcto".

Si la política se considera como un sentimiento, sería un mera ensoñación, donde lo que prevalece es la situación de uno en contra de la del otro. Es no tender puentes, sino cortar alas. No es mirar hacia el futuro de un colectivo, sino al de uno mismo. No es caminar hacia la universalización de los conceptos, sino al cantonalismo más recalcitrante. Es ir contra corriente cortapisando al pensamiento para supeditarlo a conchabeos mercantilistas de los que proponen incentivar las mejores sensaciones posibles del grupo y mecerse en ellas como un nirvana encantador.

Si la política fuera por el camino del sentimiento, habría que prepararse para darles un puntapié a los textos que sobre ella se han elaborado, así como a los de psicología sobre la teoría de los sentimientos, incluida la de nuestro recordado maestro Castilla del Pino.

La política debe estar dentro de la teoría de la acción, pero empujada por la idea, por la reflexión, por la palabra justa en el momento dado. Dirigirla hacia el campo de los sentimientos puede ser el principio de un populismo barato. O también de la soberbia, que son sentimientos que circulan por el mundo de la retórica con los que se pretende muchas veces construir ciertos paradigmas que resultan enclenques y de bajo voltaje.

Los sentimientos en su sitio y la política en el suyo. Aunque alguna que otra vez se encuentren de una manera fortuita o programada.