La leyenda dice que Hernán Cortés, al comenzar la conquista de Méjico, ordenó quemar las naves para mostrarles a sus soldados que no había regreso posible y que sólo existía un camino, el que llevaba tierra adentro.

Lo que ha sucedido con Javier Abreu en La Laguna va mucho más allá de lo que es un enfrentamiento político por una crisis de gobierno municipal. Ya no estamos en ese escenario. A las pocas horas de su cese, Unidos Se Puede presentaba una denuncia claramente oportunista -en términos de ocasión- en la Fiscalía. Una denuncia que viene para aumentar aún más el jaleo, y que nada más ponerse en marcha empezó a demostrar una sorprendente cojera argumental, ya que involucraba a un supuesto hermano de José Miguel Ruano que en realidad no existe. Una gruesa metedura de pata que hace pensar en un documento construido con cierta precipitación para lanzarlo a los medios justo en medio del fragor político.

Cuando la política se transforma en un arma de destrucción masiva es previsible que todo acabe emponzoñado. El pacto en La Laguna no funcionó bien desde el principio. Pero tampoco lo hizo en otros municipios donde ni siquiera se cumplió. Las razones de la virulencia especial del caso están en el peculiar perfil de Javier Abreu, en cuya caja de cambios no se incluye la marcha atrás. El socialista ha sido una voz crítica y molesta, incluso para su propio partido, a quien ha acusado de inacción subordinada a los intereses de Coalición. En realidad no es exactamente así. La inacción sí que existe, pero porque los firmantes del pacto de Gobierno están tan cómodos con su funcionamiento a nivel regional que los problemas municipales se las trae un poco al fresco.

Pero Abreu no está ahora en el exclusivo contexto de un problema con los nacionalistas, sino con el PSOE. Concretamente con la cúpula federal, ante quien aparece como un díscolo e indisciplinado. En Madrid es más relevante mantener alianzas que romperlas. Pero, además, lo que transmiten la denuncia de Unidos, la ruptura del grupo municipal socialista y la división del partido en La Laguna, todo junto y revuelto, es que las naves de Abreu para una solución tranquila del problema están ardiendo como pavesas.

Un simple problema de convivencia de política local se está transformando en una ciclogénesis tormentosa que afecta a las relaciones internas del socialismo canario. Juan Fernando López Aguilar encabezaba ayer las solidarias huestes del club de damnificados pidiendo a su partido acciones contra la derecha de Tenerife, es decir, Coalición Canaria. En Ferraz deben pensar que como eran pocos les parió la abuela. Para el PSOE, al que le crecen los enanos en Valencia y Aragón, lo que le faltaba es otro tenderete en Canarias justo en el camino de las elecciones. Con militantes encabezando manifiestos contra el aparato del partido y con Podemos de compañero de viaje, metiendo denuncias judiciales.

Y mientras arden las naves, Abreu, como Mae West, debe estar pensando eso de que "cuando soy malo soy el mejor".