"Nunca imaginé que tuviera esta capacidad de esfuerzo. Esta superación personal ha sido una sorpresa y un aprendizaje para mí". Registré esta afirmación en mi cabeza cuando se lo escuché decir a una mujer que acababa de descender caminando desde la cima del Teide, después de haber alcanzado la cumbre el día anterior.

Que su imponente altitud lo convierte en el punto más alto de España ya es conocido, pero buscando datos precisos he sabido que el Teide -que es Patrimonio Mundial- es la tercera estructura volcánica más alta y voluminosa del planeta. El cielo que desde allí se contempla es de un azul y una luminosidad pura tan clara que la Fundación Starlight le otorgó al Parque Nacional en 2014 la certificación Starlight en la categoría de Destino Turístico. He leído que los entendidos en la observación consideran que su atmósfera es de las más serenas, estables y transparentes. De ahí que la comunidad científica internacional considere al Observatorio de Izaña como uno de los más importantes del mundo. En estos días que florecen las retamas blancas y los tajinastes están cuajados de miles de flores rojas, el espectáculo es de una belleza conmovedora. Quién podría sospechar meses antes esa vida palpitante en medio de la lava rigurosa.

Retomo el inicio. Al oírla me vino a la memoria el eslogan de un viejo anuncio que encontré mientras trabajaba manejando periódicos de principios del siglo XX, y que recomendando no recuerdo qué clase de ungüento, afirmaba: "Nada convence tanto como la propia experiencia". El descubrimiento y el aprendizaje para esta mujer fue personal, aunque el logro no lo consiguió en soledad. La segunda de las reflexiones que le oí me pareció hilvanada con la primera: "Si no hubiera sido por el empuje de los demás, no lo habría conseguido". Caminó junto a un grupo de gente joven que tenía esta vivencia por primera vez. Compartir el empeño, el sudor y la dificultad no solo fue su fuente de inspiración, sino la fuente misma de energía para superar su particular reto.

Somos sociales e interdependientes. Nos necesitamos para evolucionar colectivamente, pero también para crecer individualmente. Aprendemos unos de otros y en ese aprendizaje social radica nuestro progreso. Pero no solo esto, tengo para mí que finalmente no hay conocimiento más fetén, más auténtico, que el que proporciona la propia experiencia, el propio descubrimiento. En un artículo que conservo de Francisco Mora, el catedrático de Fisiología Humana -investigador experto en medicina y neurociencia-, explica que cuando somos niños, en nuestros primeros años de vida, aprendemos "de la realidad sensorial directa que nos rodea a través de las experiencias del tacto, la visión, el sonido, el gusto o el olfato". "Y es en respuesta a esa realidad -explica- que el niño paralelamente aprende a realizar su conducta, desde gatear y ponerse en pie y luego andar, hasta el movimiento de las manos o la mirada". Tiendo a pensar que con el paso del tiempo, la experiencia personal sigue marcando nuestro aprendizaje. Y que es esa experiencia la que en ocasiones nos confirma una hipótesis y, en otras, nos desmonta nuestro argumento.

En la interacción social -si se permanece espabilado- tenemos una oportunidad constante de conocimiento que nos llega a través de las vivencias de otras personas. Sin embargo, también creo que los descubrimientos profundos de enfoque, de visión, surgen sólidos cuando es la persona misma quien se enfrenta a la situación. Y aún más, cuando se da tiempo para ponerle algo de atención. Que no basta con la experiencia, me parece a mí, para que aprender sea un hecho automático. Más bien me inclino a pensar que el descubrimiento nace de la experiencia y el aprendizaje de la reflexión.

@rociocelisr

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