Hace casi medio siglo, Antonio Mingote publicó la que creo que es su obra más genial, "Hombre solo", una colectánea de sus mejores ilustraciones sobre la soledad. El libro se ha reeditado en bastantes ocasiones, la última, creo, con una extraordinaria ilustración de portada, en la que se ve a un náufrago sobre un minúsculo peñasco, no mucho más grande que su trasero, rodeado de mar por todos lados. Y cayéndole del cielo, justo sobre su cabeza, una teja imposible. Mingote era un filósofo pesimista, representaba mejor que nadie lo que es ese pesimismo español que arranca en la crisis del 98 y no nos ha acabado de abandonar nunca: su imagen del "hombre solo" es un monumento metafísico a la maldición de perderlo absolutamente todo. Hoy me he acordado de Mingote y su viñeta al reflexionar sobre el futuro de ese extraordinario animal político que es Javier Abreu, un tipo tan solitario como el poeta Cavafis, pero más dado a la palabra afilada que a las suaves modulaciones de la métrica irregular.

Abreu cree desde hace años que el mundo la tiene cogida con él, y no es cierto. Lo que ocurre es que no se puede tener razón cuando se dice una cosa y al mismo tiempo la contraria: Abreu se ha quedado solo con sus dos concejales mondos y lirondos: el ruido de firmas de dignos que acompaña su salida se extinguirá en días, y luego no quedará nada. Abreu ha perdido su lugar, un sitio por el que se había partido el culo, por pelear la Alcaldía de La Laguna negando que lo hiciera, por querer estar en la oposición y al tiempo en el gobierno, por romper con el PSOE federal y esperar seguir contando con su protección, por hablar de obediencia y dignidad pero pasarse por el forro las instrucciones de la ejecutiva del PSOE canario, y -sobre todo- por llenarse la boca con su lealtad al partido, mientras tira la piedra y esconde la mano con la abracadabrante historia de denuncias a la zorruna en Anticorrupción. Abreu está políticamente acabado porque no corren buenos tiempos para las bromas: tras ser cesado en Aguas, Abreu intentó crear un relato heroico sobre sí mismo y su rol en Teidagua, reinventándose como el hombre que se enfrentó a los aguatenientes y fue cesado por ello. La historia no prosperó, porque -como le gusta decir al propio Abreu- "los hechos son tozudos". Abreu fue cesado entonces -y ha vuelto a serlo ahora, ya de todos sus cargos- porque no supo medir el nivel de los apoyos. Dijo en diciembre pasado que él y todos los concejales de su grupo pasarían a la oposición, la Federal dijo que nones, y ni él mismo se mudó. Pero siguió empeñado en venderse como víctima del dragón aguamangante. Mientras conspiraba contra el alcalde, Cesar Luena, de la federal socialista, entregó su cabeza en bandeja de plata a Fernando Clavijo. Aún así, el alcalde le dio un último aviso el pasado domingo con un SMS en el que pedía que Abreu renunciara a ir por libre y actuara conjuntamente con el resto del Gobierno municipal. Abreu no hizo caso, y el lunes fue cesado junto a sus cuatro asesores.

Le tocaba emprender en solitario (o en compañía de muy pocos) una larga travesía del desierto, en la que le seguirían cayendo algunas tejas sobre la cabeza. Pero Abreu es un tipo duro: podía sobrevivir a eso y podía rehacer una carrera política, con más facilidad fuera del PSOE, que dentro, porque en ese mundo suyo las segundas oportunidades son casi inexistentes. Pero ha optado por una despedida a lo grande, no iba a conformarse con un sepuku de samurái. Ha preferido quemarse a lo bonzo, llevándose por delante en el incendio a todos los que pueda.