El presidente de la UD Las Palmas, Miguel Ángel Ramírez, grabó una conversación con el juez Salvador Alba, que ocupaba la plaza de Victoria Rosell, en el juzgado donde se ventilaba una causa contra él. En la conversación se comprometió a aportar pruebas para jeringar la vida a la ex magistrada y diputada de Podemos. Las pruebas eran sus relaciones empresariales con el compañero sentimental de la jueza que le encausaba; material que Alba usaría para su demolición.

Es el argumento de una serie de televisión. No falta de nada. Insultos y odios entre jueces, negociaciones empresariales, pasta, puñetas... Y en medio de todo, el presidente de un equipo de fútbol de la Primera, líder de un grupo empresarial que tiene la seguridad de los Ministerios, del Metro de Madrid e incluso del Palacio de Justicia de Las Palmas en donde se hicieron las grabaciones. Treinta mil personas trabajando a sus órdenes y un grupo con una potencia comercial y publicitaria que tira para atrás. Cuidado con eso.

Claro que se puede ser un gran empresario y estar mal asesorado. Ramírez, por ejemplo, ha dicho lo siguiente: "He actuado como un ciudadano normal de este país que ante una situación anormal lo pone en conocimiento de la autoridad competente". No hombre, no. Un ciudadano normal de este país no difunde grabaciones en las que charla amigablemente con un juez sobre las pruebas que debe aportar para cargarse a una jueza mientras pregunta qué va a ser de lo suyo. Un ciudadano normal no tarda dos meses entre que conoce algo "anormal" y lo pone en conocimiento de la autoridad competente.

El truco está en que durante esos dos meses el juez Salvador Alba no arregló los problemas judiciales del presidente de la UD Las Palmas, tal y como él pensaba que se los iba a arreglar. Ramírez le ofrecía la cabeza de Victoria Rosell al magistrado y esperaba a cambio un buen tratamiento en sus asuntos pendientes. Pero no fue así. Alba no hizo nada por salvar las posaderas del empresario. Se marchó del juzgado de Instrucción 8 de Las Palmas y en su lugar apareció en el horizonte Carla Vallejo, magistrada con una estrecha relación con Victoria Rosell. Así que, de repente, a Ramírez en vez de juzgarle un supuesto "enemigo" de Rosell resulta que le va a enjuiciar una amiga. Y como es lógico, se le caen todos los palos del sombrajo. Ríanse ustedes de las conspiraciones y enredos de Juego de Tronos.

Así que el señor Ramírez, "un ciudadano normal", no tiene más remedio que cambiar otra vez de apuesta, ofreciendo esta vez el cogote del prójimo a la prójima. Para reconciliarse de nuevo con Rosell desvela la conversación grabada con Alba en la que deja al magistrado a los pies de los caballos. Así espera congraciarse otra vez con la mujer de cuya defunción profesional estuvo charlando con el ahora candidato a difunto. Parece enrevesado, pero se nota que Ramírez, dentro de su normalidad, sabe de sobra que la justicia es una charca de cocodrilos.