Algo raro está pasando en una sociedad que supera con creces los límites de la contaminación moral. Nadie nos avisó para estar prevenidos y colocarnos las mascarillas. Antes, cuando la cordura se imponía a la incoherencia, los errores y la desidia eran castigados con el estupor de la ciudadanía. Hoy en día, la interiorización y la asimilación de los disparates provocan que cataloguemos de hecho aislado la corrupción sistemática en un partido político o la situación de pobreza severa entre los que hace unos años saludábamos al entrar en el restaurante de siempre.

En España vivimos en una sociedad en la que se produce un cisma por la voluntad del papa Francisco de sacar la religión del ámbito público y ponderar una laicidad lo más sana posible, y no por los 11 años de cárcel que el fiscal le pide al exvicepresidente de las Cortes valencianas, Juan Cotino, por los oscuros negocios gestados tras la visita del Santo Padre a Valencia en 2006. Entre la terrenalidad y la celestialidad se me hace imposible obviar la satanización de la jerarquía católica a la labor del padre Ángel (Mensajeros de la Paz) por ir en contra de los preceptos de Dios y acoger en la iglesia de San Antón a drogodependientes y personas sin hogar; su lucha frente a los poderes fácticos pone en jaque al ministerio: "Un banquero que desahucia no merece la comunión".

Sería complejo de explicar si llegado el día nos invaden desde algún planeta con vida inteligente, pero convivimos en un país donde las mujeres de los obreros de mono azul lanzan un llamamiento desesperado para recaudar más de un millón de euros destinado a pagar parte de la fianza de Isabel Pantoja: "Nuestra tonadillera lleva más de 40 años haciéndonos felices. Sus discos, conciertos, películas, nuestros encuentros con ella, las fotos que guardamos como tesoros..."; mientras, desde los sillones con las mejores vistas a "Sálvame" sacuden a los inmigrantes porque nos quitan el trabajo.

Recuerdo cuando en clase comparábamos la debilidad de los Estados centroamericanos en materia de justicia y poníamos como ejemplo la corrupción asentada en el aparato judicial. Casi 10 años después, en algunas facultades de Derecho de países de lengua hispana, analizarán el fenómeno español como aquel exento de independencia judicial para enfrentar la corrupción política y financiera, en el que existen jueces que se reúnen con imputados para fabricar declaraciones contra exdiputadas y favorecer las cuitas personales de algunos.

Vivimos en un país que hace tiempo jubiló su decencia, con políticos que prostituyen la confianza ciudadana y regalan plumas y relojes de lujo por favores de la Púnica, mientras el Gobierno argumenta la falta de recursos disponibles para el tratamiento de los enfermos de hepatitis C.

Para los casos de corrupción en Canarias, el tiempo ha demostrado que los salmones de Soria aparecen en Las Teresitas, y las góndolas en Gran Canaria llegan a las huestes del Faycanato gracias a la fuerza del dios Eolo. Sin duda, sería conveniente revisar el catálogo autonómico de especies amenazadas.

Pasarán muchos años hasta que Salud Pública levante la restricción en una sociedad contaminada por el cohecho ético y las prevaricaciones morales.

@LuisfeblesC