Pocas decisiones políticas adoptadas en las Islas durante los últimos treinta años han tenido tanta trascendencia como la moratoria turística. Moisés Simancas, profesor de Geografía Humana de la Universidad de La Laguna, se propuso hace unos años contar la historia de este proceso. Este ingente esfuerzo de investigación se ha materializado en un libro, "La moratoria turística en Canarias", editado por la ULL y presentado hace unos días en el Casino de Tenerife.

Sostiene que la moratoria ha sido clave en el éxito del modelo turístico de Canarias. ¿Ese éxito está en riesgo?

No, al contrario. Somos muy buenos, líderes de las regiones europeas en pernoctaciones. También es verdad que este año estamos tocando récords históricos por demérito de otros destinos, pero tenemos un destino absolutamente consolidado porque supo definir su modelo en el momento adecuado. Lo que hizo la moratoria fue consolidarlo. No sé qué ocurrirá dentro de diez o quince años, porque el turismo es absolutamente dinámico, pero ahora estamos en un momento dulce. Ofertamos e incorporamos a la velocidad adecuada los productos que se demandan y los adaptamos a las exigencias del mercado.

¿De qué magnitud es la avalancha de plazas que la moratoria evitó que se materializaran?

Había un riesgo de llegar en medio plazo a 600.000 plazas, contando todas las autorizaciones turísticas previas, e incluso más de un millón -esto ya es especulación-, contabilizando lo que contemplaban los planeamientos municipales. Gran parte de estas plazas no correspondía a una demanda real del mercado. En aquella época teníamos los incentivos regionales, la RIC, un toruperador interesado en incorporar determinado producto turístico al mercado... toda una serie de incentivos para incorporar nueva oferta. Lo que hizo la moratoria, con aquel famoso "parar para pensar", fue atemperar ese tsunami, esas presiones y a partir de ahí poner una especie de filtro para que no entrara en el mercado todo, sino solo lo que fuera absolutamente necesario. No obstante, si bien la moratoria cualifica el modelo -al plantear aquellos hoteles de cuatro y cinco estrellas con equipamiento complementario, un reconocimiento de que habíamos crecido demasiado en camas pero no en oferta complementaria-, ya los empresarios veían hacia dónde iba el modelo, y pedían autorizaciones para hoteles de cuatro estrellas y apartamentos de tres o cuatro llaves...

Se habla de moratoria pero son varios procesos.

La moratoria tiene tres grandes etapas: una primera a partir del gran boom turístico de la segunda mitad de los noventa, esa burbuja turística asociada a la inmobiliaria que genera una avalancha de plazas. Hay que tener en cuenta que la moratoria no solo es de plazas; también es de suelo, y eso es más importante. En esa primera etapa se plantea un parón, en un proceso con improvisaciones, decretos, contradecretos... A partir de 2003 no se plantea tanto el freno de ese tsunami como la definición del modelo turístico, su transformación sostenible: que sea equitativo, que haya una redistribución de los recursos, que sea eficiente energéticamente... A partir de 2009 se plantea algo que se estaba pidiendo: no crecer, sino renovar lo antiguo para incorporar lo nuevo. Independientemente de eso, durante la moratoria, desde 2001 a 2014, se incorporaron en torno a 83.000 plazas turísticas, las que se autorizaron en el momento decreto-contradecreto, tras el auto del TSJC. La moratoria atemperó: hubo una primera ola, una avalancha de mercado por la incertidumbre del empresario. Precipitó algo que, sin ella, se hubiera retrasado cuatro o cinco años. Lo mejor de la moratoria es que consolida el modelo. Hay que reconocer ese papel: fue una decisión política bastante acertada.

¿Los objetivos de renovar y rehabilitar se están cumpliendo?

En 2009 se planteó que hay que empezar a renovar. El 80% de la planta tiene más de 25 años. Tenemos 420.000 plazas, con un techo histórico de 13 millones de turistas que se produce en el mejor momento, con unas campañas de promoción interesantes. Más no se puede subir. Hay que tener en cuenta que el suelo turístico es el más eficiente que tenemos en Canarias: el 3% del suelo genera el 30% del PIB. Se puede crecer en algunos productos, que van a cualificar y diferenciar el modelo. Pero encontramos en las áreas turísticas zonas que responden a las demandas de los años 60 y 70, apartamentos y hoteles antiguos y muchas veces obsoletos. La primera ley de renovación es un punto de inflexión en la moratoria, pero es partir de la ley de 2013, con los incentivos y con los planes de modernización, cuando se crean una serie de atajos para poder renovar los alojamientos. Yo soy muy positivo. Hay proyectos que se están convirtiendo en auténticos modelos de la renovación. Espero que empiece a funcionar la "envidia cochina", de forma que, si funciona bien, el de al lado imite. Todo ello asociado a importantes intervenciones en el espacio público, porque la Administración tiene que ejercer un papel fundamental.

¿Es posible recuperar esas zonas?

Esas plazas están en muchas casos en las mejores zonas turísticas, en primera línea de playa. Hay que recuperarlas. Eso tiene cabida. La vivienda vacacional, dentro de una regulación, puede permitir la recuperación y volver a meter estas plazas dentro del mercado. Se pueden plantear hoteles boutique, hoteles con encanto...

¿Los empresarios han recibido el mensaje?

Camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Estamos en un cambio generacional: están llegando propietarios, gestores y directores muy dinámicos. Lo estamos percibiendo de forma positiva.

¿La residencialización es un efecto colateral de la moratoria?

La residencialización de las áreas turísticas siempre ha existido, pero la ley del turismo del 95 dejó muy abierta la unidad de explotación. Eso dio lugar a que determinados propietarios usaran los apartamentos para procesos de ahorro familiar, inversión, pequeños empresarios... Ha permitido que la gente pudiera vivir en los apartamentos. Incluso los ayuntamientos los empadronaban y adquirían un derecho. A partir de 2001, con el primer decreto de moratoria, se plantea que no se puede seguir construyendo apartamentos. Muchos promotores que tenían licencia para apartamentos los convierten en villas. En esta gran burbuja de la construcción no puedo construir un hotel, un apartamento... así que construyo en las villas. La residencialización se convierte en el segundo proceso de más crecimiento de las áreas turísticas. Efectivamente, aunque ya existía, es un efecto inducido de la moratoria.