Orwell figura en el altar de la literatura universal por conseguir adjetivar situaciones totalitarias y controladoras. Es, por tanto, otro creador de paradigmas, como Kafka, Cervantes, Dostoievski, Shakespeare. Y eso, a pesar de las dudas que le acompañaron toda su vida, sobre su capacidad de creación de ficción. Su vida, salvo las primeras novelas -estas en menor medida aunque anticolonialistas-, van muy ligadas a la política. La riqueza de pensamiento y su actitud moral es tal, que sin dejar de calificarse en todo momento de izquierda, exactamente laborista, será enemigo mortal de comunistas y compañeros de viaje. El mítico título "Camino de servidumbre" de un gran representante de la Escuela austríaca de economía, como fue Hayeck, será prologado por el propio Orwell. Asume al menos una de sus tesis: que para llegar al nazismo y al comunismo hay que pasar siempre por el colectivismo. Era un laborista inglés que creía de verdad en la libertad. Su anticomunismo tuvo como escuela la guerra civil española, donde combatió no en las Brigadas Internacionales controladas por Stalin, sino con el POUM "trotskista" de Andrés Nin; salvó la vida por los pelos. Donde comprobó el exterminio comunista del izquierdismo (la enfermedad infantil del comunismo: Lenin). No obstante nunca renunció a su izquierdismo libertario, colaborando en prestigiosas revistas de izquierda de ambos lados del Atlántico, por ejemplo, Partisan Review.

El autor del libro sobre Orwell, Christopher Hitchens, fallecido hace unos años, no tiene menos interés que Orwell. También inglés, perteneció a la joven elite literaria londinense de los 70. Sus amigos fueron Salman Rushdie, Martín Amis, Ian Mcewan. Se codearon con los viejos ya "jóvenes airados", no en vano Kingsley Amis era el padre de Martin. Hitchens fue en su juventud trotskista, que no dejará nunca de recordarlo. La brillantez y el éxito literario en ficción de sus amigos lo tuvo Hitchens con el ensayo. En Washington y EE.UU. no había debate político que no contara con él, se había nacionalizado americano, y era mordaz, ingenioso, muy culto (había pasado por Oxford), pero más, incorrecto. Apoyó la guerra de Irak, persiguió a Kissinger, Teresa de Calcuta y con furia flamígera a Dios. Siempre mantuvo una incondicional libertad de pensamiento, sin sombra de concesiones. Como Orwell. Igual.

Frente a la pobreza esperpéntica de la izquierda española, sectarismo, anatemas, imposibilidad de transversalidad, falta absoluta de ideas, estos autores nos confirman que no estuvimos equivocados del todo. Fuimos digna "comunidad de creyentes". No creo ya en la rebelión de la granja.