Cuando Rodríguez Zapatero dejó el Gobierno, porque la tierra es del viento y a él se lo llevó por delante el huracán de la crisis, España estaba al borde de la quiebra. La "mejor banca del mundo" mundial era una auténtica caca, básicamente por los créditos incobrables dedicados al ladrillo. Los "test de estrés" del sistema bancario español estaban más trucados que una escopeta de balines de la feria del pueblo. Y las cajas de ahorros, lo más parecido a una banca pública, gobernadas por los partidos políticos, las patronales y los sindicatos, con sus sueldos de escándalo, sus mariscadas y sus dislates, entraron en una espiral de quiebra irrecuperable.

El último Gobierno socialista de España no supo ver la crisis ni calcular sus consecuencias. Se mantuvo tercamente en la idea de que un impulso keynesiano ortodoxo -inyectar dinero público para estimular la economía- serviría para superar la ola. Pero no era una ola, era un tsunami. Zapatero se gastó el superávit del Estado en un esfuerzo inútil que vació la Hacienda pública. Dejó al país con un déficit (la diferencia entre lo que se recauda y se gasta) de 90.000 millones de euros, un agujero bancario de 60.000 millones, deudas multimillonarias en las empresas públicas, en el sistema eléctrico... Un desastre. Con los intereses de la deuda por las nubes, España estaba al borde de la intervención.

El nuevo Gobierno de Rajoy llegó en ese ruinoso contexto, con la promesa de poner la casa en orden. Era un Gobierno reformista que proponía adelgazar la administración, modernizar el sector público, rebajar la deuda, controlar el déficit... Todos estos eran objetivos que se repetían una y otra vez bajo el repetido y sensato corolario de que "no se puede gastar más de lo que se ingresa".

Después de casi cinco años del Gobierno más largo de la democracia seguimos gastando 60.000 millones más de lo que ingresamos y la deuda pública se ha disparado hasta superar de largo el billón de euros. Si hemos logrado superar la crisis ha sido por un aumento desproporcionado de la presión fiscal sobre las clases medias -a través de los impuestos al consumo- y porque el Banco Central Europeo puso en marcha políticas monetarias expansivas de apoyo a las deudas de los países de la Unión para rebajar los intereses.

Hemos vuelto otra vez a los tres millones de empleos públicos, con una masa salarial de más de 118.000 millones de euros. Con salarios privados cada vez más bajos, las cotizaciones a la Seguridad Social son insuficientes para el mantenimiento del sistema, que tiene uno de los ratios trabajador/pensionista más bajos de su historia (menos de dos trabajadores por cada pensión) mientras el costo de las pensiones se ha elevado a 135.000 millones de euros, la cifra más alta registrada hasta ahora. Y como se desprende de la carta remitida por Rajoy a la dirigencia de la Comisión Europea, España tendrá este año que hacer recortes de 10.000 millones de euros.

Nuestro inmediato futuro parece más negro que los sobacos de un grillo. Ese es el triste saldo de tantos sacrificios.