Sin lugar a dudas, una de las islas más hermosas de nuestro archipiélago es La Palma, con sus verdes paisajes que se mezclan con otros colores en sus campos, el agua que corre por los barrancos, la luminosidad de su cielo estrellado... Es única y un auténtico gozo visitarla.

A principios de los años sesenta, comencé a viajar con mucha frecuencia a la isla para abrir relaciones comerciales, por lo que conocí profundamente muchos rincones y pueblos que a veces pasan desapercibidos para el turista. Al primer negociante que conocí fue a Manuel R. Brito, pues ejercía entonces como representante de Galletas Himalaya, hoy desaparecidas. Abarcaba también la representación de otras marcas, y me asombraba cómo con productos de cuantía más barata, como el coñac "Tres Cepas", un comerciante no muy importante podía comprar hasta cien cajas.

Tenía una cartera de clientes muy importante, y con la venta de galletas se convirtió, proporcionalmente a la población que abarcaba, en uno de los distribuidores principales de la isla. Era una persona muy respetada y apreciada, por lo que nuestra labor de introducción del producto fue bastante fácil y duradera en el tiempo. Posteriormente, me marché de la fábrica y monté mi propia comercial, por lo que continuó nuestra relación comercial hasta principios de los noventa.

La clientela de la isla era especial, de carácter algo seco, pero honestos y honrados. Jamás tuvimos problemas de cobro y nadie dejó de pagarnos. Había que ser muy correcto y actuar sin divismo, pues el palmero aborrecía al individuo que se pasaba de listo e iba de "godillo" por la vida. La peculiaridad del palmero radicaba en que siempre estaba atento a las palabras utilizadas en las conversaciones, pues es de naturaleza suspicaz, que parece estar en guardia, suerte que Manolo me advertía antes de entrar en el establecimiento para no meter la pata. Comenzábamos los diálogos antes de meternos en harina siempre con el fútbol, y si era del Mensajero que no se te ocurriera nombrar al Tenisca o viceversa, pues te ibas de vacío. Otra singularidad que tenían es que no les gustaba que hablaras mal de otro compañero de profesión; para eso ya estaban ellos, que rajaban a gusto de unos y otros. Descubrí lo generosos que podían ser, pero también la suspicacia que les generaba.

Tras aterrizar mi vuelo y dirigirme al hotel, unas veces al Parador y otras el Taburiente, pasaba primero por la oficina y comprobaba cómo había clientes que ya sabían que había llegado. Durante años, al primer comprador que visitaba era don Benigno Sanfiel, pues se convirtió en costumbre tomar café y fijar la hora de visita. En una ocasión, saliendo de la oficina de Manolo nos encontramos a un cliente cuyo comercio estaba al lado, por lo que tuvimos que atenderle. Menuda se montó con don Benigno; estaba furioso esperándonos en el bar y tuve que explicarle lo ocurrido. Me disculpé con toda la humildad que pude, y por suerte llegó mi perdón, pero estuvimos a golpe de bolígrafo de no conseguir el pedido, que en su caso siempre era abundante. Un hombre severo y buen conversador, le gustaba escuchar mis noticias sobre la marcha del comercio en las otras islas, pues sabía que las visitaba habitualmente.

Intentábamos ser novedosos con las propuestas de venta, por lo que llevábamos regalos, ofertas y promociones. Una vez se nos ocurrió regalar una máquina de escribir portátil por cada cien cajas de compra de productos variados, y en algunos comercios regalamos dos o tres en algún caso. En otra ocasión vendimos un contenedor completo de jugos de fruta en latitas de 170 g, de la que los comerciantes no vieron muestra hasta que no llegó el producto. Era un mercado noble de personas cumplidoras, pues con nuestra simple explicación de cómo era la lata, sabían que era un producto de calidad y todos lo compraron.

Manolo y yo hicimos buenas migas y estupendos negocios. También tuve una muy buena amistad con Ariel Ramos, pero en la faceta del entretenimiento. Otro apreciado cliente fue Tomás Barreto, una institución en la isla. A todos envío un fuerte abrazo, los llevo en el corazón, y con Manolo y Ariel viví momentos imborrables de una gran etapa de mi vida.

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