Jenny tiene ya once años y es natural de Portoviejo, una ciudad ecuatoriana de más de 200.000 habitantes, en la provincia de Manabí. Su madre llegó a Canarias hace cinco años, justo cuando arreciaba la crisis, para trabajar como interna en casa de una familia pudiente. El padre vino un año después, y empezó haciendo cáncamos como peón, en la empresa del patrón de su madre, pero cuando las cosas se pusieron feas, se metió de pinche en un bar, y ahora es cocinero. Jenny ve dos veces en semana a su madre, y el resto de los días se hace cargo del trabajo en casa y atiende a su padre, que no da mucho la lata, porque pasa la mayor parte del tiempo en el restaurante. Su padre presentó hace ya unos meses todos los papeles para quedarse, porque dio con un patrón buena gente, y está a la espera de noticias sobre su regularización. Jenny llegó a Canarias hace tres años, y consiguió plaza en el colegio del pueblo del Sur en el que sus padres están empadronados. Está contenta con vivir aquí, dice que le gusta esto y ha logrado hacer amigas y amigos, aunque echa mucho de menos a su hermana más pequeña, que sigue con la abuela en Ciudadela Cevallos, y con el hermano chico. Si todo va bien, los dos vendrán antes de que termine el próximo año, porque sus padres han decidido que quieren quedarse y van a hacer todo lo que puedan para lograrlo.

Jenny es una niña curiosa y lista, a la que le gusta leer y aprender cosas nuevas, que disfruta estudiando en ese colegio tan limpio y tan cuidado, con esos libros llenos de fotos de colores y que huelen siempre a nuevo. Jenny no tiene ni idea de que hoy se va a hablar de ella en el Auditorio Alfredo Kraus y probablemente no se entere nunca, porque no la llamarán por su nombre: pero alguien se referirá -seguro- a esta niña estudiosa e inquieta que hace unos días recortaba cartulinas de colores en la escuela para hacer la bandera de Canarias. Porque Jenny y sus padres y sus hermanos que aún no están aquí son también una parte fundamental de ese futuro de nuestra tierra del que se hablará hoy en el Alfredo Kraus, antes o después de los premios y las canciones. Jenny y los suyos son lo que Canarias necesita para hacer frente a una demografía incapaz de sostener el crecimiento, el bienestar y el desarrollo. Jenny es una más de los 68.553 extranjeros no comunitarios (comunitarios son casi doscientos mil) con tarjeta de residencia en Canarias. Juntos -comunitarios o no- constituyen hoy el trece por ciento de la población de una región que -contando incluso con la incorporación de personas de fuera- lleva perdiendo población de forma ininterrumpida, todos los años desde 2010. No es algo que ocurre sólo en Canarias, pasa en toda Europa, mientras políticos demagogos y suicidas siguen señalando a los que llegan como responsables de que los de aquí no encuentren trabajo.

Dentro de unos años, cuando Jenny acabe esos estudios a los que dedica tanto entusiasmo y esfuerzo, será probablemente uno de los jóvenes que sí encuentren trabajo, porque -siguiendo el ejemplo de sus padres- se habrá preparado, será cuidadosa, emprendedora y responsable e inspirará confianza a quien tenga que emplearla. Contribuirá mucho más que otros a que esta región siga sosteniendo a sus mayores, pague su deuda, mantenga escuelas y hospitales y progrese. A veces me preguntan qué es Canarias. Y yo contesto que Canarias es Jenny y todos los que en esta tierra -como hace ella- están dispuestos a asumir su responsabilidad con el futuro.