Salí de mi envoltorio de sábanas blancas, del sobre, en torno a las nueve y media de la mañana y, tras hacer lo que toca en estos casos, sobre todo atender el aseo, me dirigí a la puerta del portal para, después de mirar arriba y abajo, cruzar la calle y entrar en el bar de la manzana, donde pillé mi zumo habitual de naranja y un buen café cremoso.

Esta vulgaridad sucedió antes de ponerme en orden, de colocar todos los artilugios en mi cuerpo, lo que incluye la señal sonora de Radio 3 en el móvil y el servicio de audio en mis cascos, para acto seguido llegar al puente de acero encima del barranco de Santos, el lugar en el que a menudo inicio mi rutina, que, por lo que luego les voy a relatar, no es siempre rutina, sino que a veces se convierte en una auténtica caja de sorpresas.

Fue justo lo que esta vez pasó, a partir de las diez y media y con un sol que ya empezaba a ser de justicia... Así que tiré a dar pata y fue entonces cuando pensé en montar este plano secuencia, una grabación visual que se inicia con el señor del libro de los infinitos pasatiempos protegido del sol, donde siempre y como siempre, y que prosigue con el señor talludito que algunas mañanas desayuna o almuerza fuera de hora en uno de los tantos bancos del parque, con todas sus bolsas plásticas y algo de comida, las que remueve y de las que logra sacar poco, cada vez menos.

Luego sigo por la explanada del recinto, donde unos chavales en vez de desayunar o tirar de tentempié se lían varios porros para ir más contentos y risueños a hacer prácticas a la empresa pública que tiene su sede algo más abajo, de cuyo nombre me acuerdo pero, por respeto a esos jóvenes amantes del hachís, ni menciono. Y claro, todo esto en la vuelta inicial, y en la siguiente, y en la otra..., hasta que me da por parar junto al señor talludito, esto por mi condición de periodista, para decirle, con mucho respeto, si era capaz de contarme su historia, y esta fue la experiencia:

-Buenas... Perdone, señor, pero es que soy periodista y he pensado, como siempre lo veo por aquí, solo, en el parque y con sus desayunos o almuerzos a destiempo, que quizá le apetezca contarme su historia. Soy periodista y curioso, y por eso tengo cierto apetito, con perdón, por conocer su trayectoria. ¿Qué le parece a usted?

-¡Ejem...! Gracias por su invitación, pero mi historia está contada día tras día en infinitos titulares de prensa y en los telediarios. Yo soy un desahuciado más, un indigente más, un sintecho más, un parado más, un ciudadano sin blanca, una persona que espera operación quirúrgica... Un ser sin esperanza alguna. Esta es mi historia. Hace tiempo que dejé de ser alguien.

-¡Ah!, perdón... ¿Lo puedo ayudar en algo?

-Sí. No pregunte más. Su única ayuda es que contribuya a cambiar las cosas.

Seguí corriendo sin parar. Dos vueltas, tres, cuatro... Cambiar las cosas, cambiar las cosas, cambiar las cosas...

@gromandelgadog