Indudablemente, cuando esto salga a la luz, habrán concluido los fastos del Día de Canarias, y sólo quedarán los ecos de los discursos protocolarios y algunos compases de nuestro himno confundidos con esos cantares salidos de la garganta del pueblo. Un pueblo que se debate por sacar la cabeza y respirar los alisios, que vienen cargados muchas veces de mensajes utópicos de otras latitudes y que terminan por perderse en el camino del Golfo de las Yeguas con rumbo hacia América. Un continente que en un tiempo alivió muchas carencias familiares y contribuyó, con el esfuerzo de todos los que emigraron, a favorecer la vida de los que antes sólo estaban sumidos en la ignorancia más supina, únicamente preocupados por llenar el estómago a cualquier precio de servilismo. Vinieron otros tiempos más cercanos, en donde la generación resultante, apoyada por el dinero ahorrado con sacrificio remitido por los desplazados, comenzó a adoctrinarse en el saber y pudo concluir sus estudios sin tener que dejarlos a medias para concurrir en el oficio paterno y ayudar a la familia a sobrevivir. Una acción que en el mejor de los casos benefició a los benjamines de estas, que sí contribuyeron a que sus progenitores se sacaran las espinas de su ignorancia e impotencia.

Poco tiempo después, por agotamiento del plazo vital, soplaron aires de cambio y la desconocida transición a la democracia sonaba a empresa mágica y novedosa para todas las generaciones nacidas después del conflicto fratricida, que nos sumió en varios lustros de atraso inconsciente. Pero fue el espíritu del pueblo el que se negó a prescindir de aquel maná llovido de un cielo que se predecía más libre y más igualitario; o al menos así se nos hizo creer en muchos aspectos sociales por nuestros representantes políticos, que si en un principio venían preñados de un idealismo común, al margen de sus credos, luego fueron evolucionando para asentarse en la erótica del poder y convertirse en inamovibles doctrinarios al servicio de sus partidos; olvidándose prácticamente de todos aquellos postulados que defendían con vehemencia en sus campañas primigenias. Y el corolario de ello es el de un pueblo confiado en un principio ante tantas promesas, y escéptico después por la falta de confianza en una gran mayoría de predicadores foráneos que conjugan sus promesas con el servilismo interesado de algunos autóctonos vendidos al mejor postor, que no dudan en imitar las actitudes de sus desaparecidos ascendientes y asegurarse, de paso, algo más que el plato de potaje.

Habrá entendido el lector por qué prefiero abundar en otros temas, quizás con menos enjundia y protagonismo, pero estarán de acuerdo conmigo en que, al menos hasta después del 26J, seguiremos bombardeados con conjeturas realizadas por presuntos analistas, en lo que se adivina como una deslavazada campaña de acusaciones mutuas ante el ridículo ofrendado a la ciudadanía, que exigía un acuerdo de gobernabilidad de este país para salir de la situación de provisionalidad. Una legislatura, si se produce, precedida de más recortes tributarios para cumplir las exigencias europeas de control del déficit; más la amenazante sequía de la hucha de las pensiones.

Y es aquí dónde me detengo para expresar un deseo que quisiera ver materializado. El de un pueblo conformado por ocho islas aproadas en el Atlántico que quiere escuchar su voz en los foros nacionales y europeos, con la suficiente intensidad como para generar la atención de esos otros foráneos falaces, que desoyen o desconocen nuestra idiosincrasia y necesidades prioritarias. Así que, isleño, por una vez rentabiliza tu voto y hazlo por Canarias y los canarios.

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