Una de las nuevas especialidades de la cosa política es la firma de documentos, propuestas, iniciativas y denuncias. En el tiempo de las redes sociales el asunto ha alcanzado tal envergadura especializada que hoy las páginas de firma de iniciativas como changue.org son parte fundamental del equipaje del empoderamiento virtual, esa nueva forma de entender la participación ciudadana en las decisiones del poder. ¿Quiere usted salvar al toro de Tordesillas? Firme. ¿Meter en la cárcel a un criminal de guerra? Firme. ¿Hacer que un padre recupere la tutela compartida sobre su hijo, perdida en una mala decisión judicial? Firme. ¿Que haya/no haya clases de religión católica/protestante/islámica? Firme. ¿Encontrar un hábitat seguro y libre de turistas para el ''Munidopsis polymorpha'', cangrejito ciego y albino de los Jameos? Firme. Firme. Firme.

Las opciones de firma se han convertido en algo infinito, inagotable. Desde la acción más local -evitar el desahucio de un vecino por su banco- hasta la más extraterrestre -apoyar la exploración de las lunas de Júpiter-, firmar en apoyo o contra algo es hoy en un sucedáneo cómodo y muy conveniente al activismo de siempre. A mi correo llegan todos los días peticiones de firmas para apoyar todo tipo de causas o denunciar abusos y felonías sin cuento, como un disparo directo al corazón de mi conciencia electrónica. Leo todas las iniciativas, no vaya a ser que se me escape alguna que me importe, y firmo las peticiones que me conmueven, casi siempre con la silenciosa percepción de inutilidad que siento todos los días, cuando soy arrastrado por el ruido de las redes sociales. Pero también hay que decir que en materia de firmas, las hay de distintas clases y categorías: están las modestas firmas virtuales, que sólo tienen valor cuando hacen manada y después de manada cardumen, porque en ellas, lo que cuenta es el número, como cuentan los ''retuits'' en la red del pajarito, o los ''me gusta'' en Facebook. Y luego están las firmas notables, bajo la luz de los focos, donde lo que importa es quien firma y no lo que firma. Hay personajes públicos que se han instalado en el discreto erotismo de la firma bajo los focos: artistas, cantantes, conyugues, futbolistas y políticos (estos en general ya sin jornada completa) que tiran de firma para hacerse hueco en lo catódico. Y entre ellos está también la figura del firmante accidental, una nueva especie que firma, pero no suscribe lo que firma, o firma pero no del todo, o firma pero no quiere presumir de haberlo hecho. Por ejemplo: el socialista López Aguilar, que hace un par de semanas estampó su rúbrica -por dignidad, según dijo- en el documento de apoyo a Javier Abreu y su concejal y medio que luego se quedó en uno sólo, sin saber que la decisión de empurar a Abreu no era de la Ejecutiva del PSOE canario, sino de la Federal, y luego tuvo que tragar quina para explicar que en realidad su firma no cuestionaba la política de nadie. Ayer rizó el rizo: anunció su intención de sumarse a la Plataforma contra la Ley del Suelo y firmar el documento suscrito ya por otros importantes añejos y siempre ilustres, como Paulino Rivero o Román Rodríguez o Tomás Padrón. La diferencia entre la firma de López Aguilar y la de los otros es que mientras los otros quieren que su firma haga el conveniente ruido, López Aguilar ha dejado muy claro que no quiere que su apoyo a la plataforma contra la Ley del Suelo sea noticiable. Y por eso lo dice, para que quede claro. López Aguilar se está ganando a pulso el título de santo patrón de los firmantes accidentales...