Los sondeos publicados por los medios nacionales este pasado domingo definen una creciente radicalización de la política española, polarizada entre un Partido Popular que se presenta como único freno posible a Podemos, y una proyecto frentepopulista -Unidos Podemos- con clara inspiración comunista, que ya ha logrado sobrepasar a la izquierda centrista y moderada. Los datos demoscópicos obligan a preguntarse por qué hay una diferencia tan grande entre el lugar ideológico dónde los ciudadanos dicen estar (mayoritariamente en posiciones moderadas de centro izquierda y centroderecha), lo que dicen preferir (un acuerdo político situado en la moderación) y lo que anuncian que van a votar. Qué clase de extraña esquizofrenia lleva a una mayoría de españoles a quejarse amargamente de la situación política -el 95 por ciento la considera mala o muy mala-, a criticar la falta de acuerdo y consenso que impidió construir un gobierno después de las últimas elecciones, y sin embargo a votar más a los partidos que forzaron esta nueva convocatoria de elecciones.

Plantear lo que está ocurriendo en este país desde hace unos años como fruto de una deriva espontánea desde la moderación al radicalismo es un error: aquí juega la alimentación mediática del factor del miedo -explotado sistemáticamente por el PP- y del cabreo, que explica el enorme crecimiento del voto de Podemos. Sólo en el contexto de la doble crisis política y económica que estamos viviendo puede explicarse una contradicción tan extraordinaria entre lo que los ciudadanos dicen querer que ocurra y lo que dicen van a votar. La crisis del modelo institucional del 78 es evidente: no sólo se ha deshecho el bipartidismo tradicional, la Monarquía ha protagonizado su propio relevo forzada por los acontecimientos, la corrupción se ha convertido en un mal sistémico y el Estado de las Autonomías ha sido insidiosamente deslegitimado desde el propio Estado en los últimos años, provocando la ruptura de la lealtad constitucional entre centro y periferia que nos ha llevado hasta la secesión catalana. En cuanto a la crisis económica, no hay que hacer mucho esfuerzo para comprender como se ha modificado la percepción que los españoles tienen hoy de su futuro y de su propio país: si en 2007 alguien hubiera adelantado la pauperización de las clases medias, la generalización de la pobreza, cuatro millones de parados, la mitad de ellos de larga duración, muchos sin posibilidad alguna de volver a trabajar nunca, más el escenario de agotamiento del estado del bienestar, la voladura del sistema de relaciones laborales, las reservas de la Seguridad Social agotadas y la deuda pública muy por encima del billón de euros... si alguien hubiera pintado este escenario, ni los más pesimistas lo habrían creído.

Son esos los factores que han traído este miedo y este enfado que abotargan la racionalidad. Y eso es lo que estamos viviendo hoy: la sociedad española cabalga a lomos de dos percepciones que nos han instalado en la voladura incontrolada de la moderación y del centrismo político. Y encima hay quien cree que vamos en la dirección correcta.