Es inevitable no incorporar a Venezuela como parte de nuestro ritual diario. Aunque nos separan 7.260 kilómetros, conocemos más a Diosdado Cabello o a Lilian Tintori que al ministro Pedro Morenés. Algo ocurre cuando la espada de Bolívar cambia América Latina por la España más caprichosa de los últimos años.

La intrincada realidad social y económica de la octava isla recuerda sin matiz distraído la historia que tan bien contó Miguel Mihura a través de Andrés, un joven murciano que abandona su ciudad natal para vivir emociones en París, donde se enamora de Ninette, la hija de los caseros de la pensión. Es en ese momento cuando, seducido por los encantos de la francesa, pasa su estancia sin pisar las calles de la ciudad del amor.

"Ninette y un señor de Murcia" reproduce a la perfección el uso mezquino de los problemas de un país por parte de la clase política española, con el único objetivo de desarmar al contrario y de vilipendiar sus intenciones. Como ocurre en el teatro, se tapa con lo de fuera las vergüenzas de lo de dentro.

Como la miel a la galleta les ha venido a los partidos tradicionales la nefasta gestión de Nicolás Maduro o la encarcelación de Leopoldo López. Si Podemos no existiera, ¿la bondad patria para con el sufrimiento de millones de venezolanos sería gratuita? Es evidente que en España, gracias a una educación cimentada en la picaresca, somos expertos en la instrumentalización de los sentimientos y de la fraternidad, más si cabe cuando aquí hemos resucitado a la banda terrorista ETA si las encuestas no daban, y hemos multiplicado independentistas cuando las buenas intenciones se repartían en sobres sin remitente.

Todo está meridianamente medido y calibrado. Hasta el oportunismo requiere de manual, como en "El Príncipe" de Maquiavelo. La precampaña nos abre la ventana del espectáculo populista en el que todo vale. En el juego del alunizaje de la ética, asistimos al mismo discurso, exento de renovación y constantemente recordándonos lo mal que está el país donde no votamos, no vivimos, ni tampoco nos han llamado.

Sin embargo, en España sí confiamos el voto a los culpables de que Intermón Oxfam no tenga porcentajes para describir el riesgo de pobreza y exclusión, o de que los abuelos se hayan convertido en los sustentadores de miles de personas que no llegan a final de mes estando empleadas.

Pongamos por un momento que se impone la cordura. Un día, solo un día sin portadas, debates o alusiones a la república bolivariana. Por qué no celebrar el Día Nacional sin Hablar de Venezuela, un motivo de fiesta para aquellos a los que nos preocupan los problemas de nuestra casa. Ahora, con el hedonismo de la campaña electoral calentando motores, olvidemos a Ninette y rompamos con el idilio foráneo para enamorarnos de Canarias, Madrid, Andalucía o Galicia.

Ya toca jubilar el proselitismo y nuestra falsa solidaridad internacional, aquella que olvidó a Theodoro Obiang, Yoweri Museveni, Salmán bin Abdulaziz o Islom Karimov y premió a Bárcenas, Urdangarin y Blesa.

@LuisfeblesC