"Si consiguiera otro trabajo lo dejaba. Aquí no hay días libres. Es un sacrificio". Con la misma tranquilidad que afronta cada jornada, Hilario Ravelo aventura cómo sería su futuro si llegara una oferta laboral estable que pudiese cambiarle la vida.

Mientras tanto, seguirá siendo el cabrero "joven" de Taborno, una profesión heredada de su padre, pero que ejerce casi a la fuerza. Él lo justifica.

Como otros muchos jóvenes de su edad, hace unos cinco años, y como consecuencia del parón en la construcción, su actividad como peón de albañil se acabó. Y había que vivir de algo.

Tras un tiempo parado y con los recursos a punto de agotarse, Ravelo encontró la solución, esta vez, cerca de casa.

El joven nacido y criado en Taborno aprovechó un pequeño rebaño de nueve cabras que poseía su padre -hoy jubilado- y, poco a poco, hizo de él su forma de vida. La única.

Con mucho esfuerzo fue criando ejemplares, algunos a biberón, hasta llegar a las casi cuarenta cabezas de ganado con las que cuenta hoy. El método fue tan cercano que algunas de las baifas, hoy cabras adultas, lo reconocen y se acercan a él para que las acaricie como cualquier otro animal de compañía, algo poco habitual en esta especie.

Es más, el cariño que les profesa es tal que, con rotundidad, afirma que a algunas de ellas no las vendería "por ningún dinero". No es de extrañar si se tiene en cuenta el sacrificio realizado.

Y es que el trabajo ha sido tal que cuando se le pregunta por estos años pasados, Hilario lo resume con una sola palabra: trabajo. Como ejemplo de ello cita el esfuerzo realizado para acondicionar el corral en el que ahora guarda su ganado.

Un recinto remodelado hecho con materiales traídos "al hombro" desde la plaza de Taborno por un pequeño y estrecho sendero con carteles de "peligro". En total, unos quinientos metros de recorrido. "¡He trabajado!", resume.

Todo para que su ganado estuviera bien y, claro está, para tratar de hacer algo más rentable la explotación. En ese trance está. Dado de baja el registro sanitario con el que contaban hace algunos años, Hilario trata de recuperar ahora el permiso necesario para poder comercializar el queso que fabrica.

Hasta que lo logre -el proceso es lento y complejo-, sufraga gastos vendiendo en su casa a vecinos o conocidos. Un producto casi ecológico si se tiene en cuenta el entorno en el que habita.

Las cabras apenas comen una pequeña ración de millo para que regresen al corral tras pastar por las laderas de Taborno y alrededores. Lo hacen todos los días a partir de las 16:00 horas. Allí pasan la noche y regresan por la mañana, bien temprano. "Si hay luna llegan antes", explica Ravelo. Esta semana le ha ocurrido.

Por eso ha tenido que bajar más temprano al corral para iniciar el ordeño. Entre dos y tres horas que afronta con el mismo sosiego que desprenden sus animales dentro del cercado en el que pasan parte del día. "Esto lo hago sin prisa", subraya.

Y del mismo modo afronta su día a día. No es de extrañar teniendo en cuenta el paisaje que lo rodea. "A veces voy a La Laguna y me sorprenden las prisas de la gente", ironiza.

Si el trabajo no lo cambia se seguirá sorprendiendo.