Todo el mundo esperaba anoche que el debate de candidatos a la presidencia del Gobierno fuera como aquella película, "Sólo ante el peligro". Un tal Rajoy convertido en un saco de boxeo al que le pegaba el resto del gimnasio. El guión fue un poco diferente. Porque se pegaron todos con todos (sólo Sánchez y Rivera se respetaron mutuamente, con escasos roces).

Pablo Iglesias intentó mantener las formas y concentrarse en el señor de las gafas con enorme parecido a Rajoy. Pero Pedro Sánchez no le dejaba. Cada vez que tuvo la oportunidad le recordó a la audiencia que si el PP sigue en el Gobierno es porque Podemos no quiso apoyar un pacto progresista presidido por el PSOE. Tanto lo dijo que Iglesias empezó ya a rezongar por lo bajo "no, Pedro, no, el enemigo es Rajoy".

Pero no coló. Para el candidato socialista los adversarios estaban en los dos extremos que votaron contra su investidura. A Iglesias le reprochó varias veces no haberle apoyado: "Aprecio la mano tendida de Pablo -dijo-, pero que antes suelte la del señor Rajoy. Están en los polos opuestos, pero ninguno de los dos quería un Gobierno progresista". Una y otra vez se fue cobrando la factura. Iglesias ya no aguantó más y terminó resoplándole a Sánchez que después del día 26 va a tener que elegir con quién pactar y que vaya diciéndoles a sus electores con quién va a hacerlo. Pero que si quieres arroz Catalina: el candidato socialista le contestó que los votantes progresistas deben saber que hay partidos que bloquean el cambio y mantienen a la derecha en el Gobierno.

Algunos candidatos metieron cifras y datos -alguno no muy fino- especialmente para hablar de empleo, una parte en la que el señor Rajoy estuvo más sólido que en el resto, pero el asunto realmente caliente llegó con la corrupción. Ahí salieron las navajas y se perdieron las amistades. Rivera acusó a Rajoy de cobrar dinero negro según aparece en la contabilidad B de Bárcenas. Pedro Sánchez se sumó al bombardeo citando la lista de corruptos y dimitidos, Soria incluido, diciéndole "usted es el presidente de un partido en B". Rajoy se retiró hasta la última trinchera: puso en valor que en este país los jueces, fiscales y policías hayan destapado tantísimos casos de corrupción del partido en el Gobierno, porque eso demuestra la independencia del aparato del Estado. Hasta Pirro ganó mejores batallas. Entonces Iglesias se desmelenó y sacó toda la artillería: corrupción que cuesta dinero a los españoles, deudas de los partidos con los bancos y acabar con las puertas giratorias de los políticos del PP y del PSOE. Y salió Venezuela. Se la tiró a la cara Rivera recordándole los 7 millones pagados a la fundación CEPS y los once millones que debe IU a los bancos. A Iglesias le subió el colesterol bruscamente y se dijeron de todo menos bonito.

Fue, en suma, un debate animado del que todo el mundo salió vivo. Ahora habrá que ver lo que piensa la gente de este país, que es rara como ella sola.