De esa manera contundente me lo dijo aquel amigo, hombre de campo con su piel curtida por miles de días de trabajo y de noches desveladas por sinsabores económicos y familiares. Había nacido en esta tierra, trabajó toda su vida inclinada ya hacia el retiro por el esfuerzo sobreañadido para poder sacar a su gente adelante; pero a pesar de su alejamiento, de contubernios políticos, de martingalas electoralistas, llevaba a Canarias muy dentro de sí.

Tenía conocimiento de su historia: quién había trampeado, quién con una osadía ilimitada produjo vejaciones y traiciones; sentía, ademas, el deseo indeleble para que el nacionalismo canario tuviera el 26-J una digna representación, porque de no tener ese cortafuegos necesario, la voracidad de los que continúan viendo a Canarias como una factoría anclada en el Atlántico nos ataría a voluntades ajenas y seguirían mirándonos por encima del hombro.

Me decía aquel amigo lo mal que lo ha pasado desde su infancia, donde malamente si pudo aprender a leer y escribir, ya que todo su tiempo lo dedicó a subsistir. Se quedó en Canarias porque Venezuela le quedada lejana. Y desde aquí observaba cómo el Archipiélago se empequeñecía, casi se difuminaba en un mapa estrafalario y cambiante; no eramos noticia salvo para las malas o las propagadas por las agencias de viaje diciendo de las exquisiteces de las islas.

Hemos avanzado, me decía, en bienestar social, pero no en ese digno espacio que es la libertad que debemos tener para decidir qué hacer con esta tierra. Si queremos o no continuar en la ambigüedad territorial para que otros nos dicten y guíen como si no hubiésemos crecido lo suficiente desde el siglo XV hasta la fecha o, por el contrario, plantarnos con altura nacionalista.

Y tajantemente se pronunció. "O nosotros o ellos". O los que sienten Canarias como una nación o los que pretenden convertirnos en moneda de cambio, dado que es una consigna ancestral que la historia tiene pendiente, y tenemos que cambiarla y avanzar hacia esa realidad.

Ante la vorágine política , donde los discursos son repetitivos, la originalidad camina hacia los barrancos, donde las retóricas forman parte de un cortejo argumental vacío de concreciones, lo que le motiva es que si antes tenía duda de su voto, ahora lo tiene claro.

Además, lo siente como una cuestión vital de supervivencia, no como la que ha sufrido toda su vida como trabajador, sino como canario al que olvidan, y que ese olvido debe ser secuestrado de una vez por todas de la mente del nacionalismo y traducirse en exigencia y respeto a los que aquí viven.

Pero para hacerlo, para tener fuerza en la voz, hay que acarrear muchos votos . Hay que pensar en "canario" y actuar como tal. O nacionalismo o vuelta hacia a una reiterada frustración.