Todos hemos pasado hambre alguna vez, ¿verdad? La verdad es que no es algo agradable. Por suerte, en nuestro desarrollado entorno occidental esa molesta sensación no nos dura demasiado, ya que siempre tenemos algo con lo que saciarla. El "hambre" que la mayoría de nosotros conocemos viene definida en el Diccionario de la lengua española en su primera acepción como "gana y necesidad de comer". No se trata de no poder disfrutar de nuestro "segundo desayuno" o de la "fatiguita de media mañana". Porque, seamos serios, eso no sería un problema de tal magnitud como para que la ONU quisiera ponerle fin, ¿verdad? Lo que ocurre es que estamos hablando de cosas diferentes. De hecho, si leemos con un poco más de atención el Diccionario de la RAE, encontramos una segunda acepción del vocablo "hambre" que dice así: "Escasez de alimentos básicos, que causa carestía y miseria generalizada". Vaya. Quizás el problema si lo planteamos de una forma tan dramática sí deba ser tratado. ¿Alguno de ustedes ha pasado este tipo de "hambre"? Yo, por obra de la lotería social, no.

El premio nobel de economía Amartya Sen lleva años invitándonos a reflexionar sobre la construcción conceptual en torno al derecho a la alimentación y su vinculación a la dignidad humana. Lo hace, además, afirmando que "ningún país democrático ha pasado hambre". Sin ánimo de contradecirle, considero que los países no pasan hambre, sino las personas que viven en ellos. Si bien Amartya Sen se refería a las grandes hambrunas padecidas por ciertos países africanos y orientales (particularmente China) durante las etapas de opresión política, no es menos cierto que el hambre también azota a las personas que viven en países democráticos. El problema surge cuando el crecimiento y la riqueza de un país se miden en términos macroeconómicos vinculados al PIB.

Más allá de datos estrictamente económicos, se estima que en el mundo hay cerca de 800 millones de personas que no puede acceder a los alimentos que denominamos "de primera necesidad", lo que les impide afrontar una vida saludable y activa. Más dramático aún es saber que el 12,9% de la población de los países en vías de desarrollo presenta desnutrición. El cuerpo compensa la falta de energía disminuyendo sus actividades físicas y mentales. Una mente con hambre no puede concentrarse, un cuerpo con hambre no toma la iniciativa, un niño hambriento pierde todo el deseo de jugar y estudiar. Y desgraciadamente, si no hay más personas pasando hambre en el mundo es porque tal carestía va acabando silenciosamente con sus vidas,como los más de 3 millones de niños y niñas menores de 5 años que mueren cada año en el mundo a causa de la desnutrición.

A veces, para no actuar, nos engañamos echándoles la culpa a otros, a la selección natural o a la distancia. Pero ya no tenemos la excusa de no conocer el problema. Los medios de comunicación se han encargado de acercar esa realidad a nuestros hogares. Sin embargo, ante la magnitud del drama y a pesar de los millones de vidas en juego, en vez de provocar que se nos encienda un interruptor que nos haga saltar de nuestro cómodo sillón, parece que los medios de comunicación lo único que consiguen en la mayoría de nosotros es la inmunización a la tragedia. Porque ¿qué hacemos nosotros para evitarlo? La mayoría, poco más que un comentario en las redes sociales haciendo público, simplemente, que algo de humanidad nos queda, mostrando pena por "los niños de la foto". Pero esta infancia a la que el hambre le está robando la vida no tendrá una segunda oportunidad. Porque sólo tenemos una vida. Lo ha expresado muy gráficamente el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, en relación a la consecución de estos Objetivos de Desarrollo Sostenible: "No tenemos un plan B, porque no tenemos un planeta B".

Tenemos que aunar esfuerzos y ser creativos en la búsqueda de soluciones, pero también tenemos que modificar nuestros hábitos consumistas haciéndolos más compatibles con la sostenibilidad alimentaria. Por eso hacemos un llamamiento a la acción, y seguimos buscando superhéroes que piensen que aún estamos a tiempo. Estos problemas se empiezan resolviendo con la acción local y desde la educación. Siempre, desde la educación.

*Profesor de Ética de la Universidad Europea de Canarias