La última encuesta, que son las urnas, ha dado un sopapo espectacular al constructo sociológico que se había fabricado en España. Después de hablar del "sorpasso" hasta la náusea, el gran tortazo de las elecciones fue el de Unidos Podemos. Un fracaso sobre las expectativas. Pablo Iglesias cometió el error de aceptar como buenos unos sondeos que fallan más que una escopeta de feria y que le situaban como la segunda fuerza política del país con un crecimiento espectacular. Los sueños no se cumplieron y el rostro descompuesto del líder de Podemos, en la noche electoral, demuestra que gestionar los fracasos es mucho más difícil que cabalgar los éxitos.

El mapa del Congreso arroja un resultado aparentemente parecido al de diciembre de 2015. Pero hay enormes diferencias. El Partido Popular ha rentabilizado el miedo del electorado a la inestabilidad y al fantasma de la ruptura nacional. Parte del voto de Ciudadanos se ha desplazado de nuevo hacia el "voto útil". Y la izquierda yace estragada por la división electoral. Falta saber si las alianzas de Iglesias resistirán el análisis que van a hacer las fuerzas territoriales integradas en su plataforma, que parecen haber tocado su techo histórico.

¿Y ahora qué? Pues se abre el espacio a un pacto. Si Rajoy acepta el encargo del Rey para formar gobierno -cosa que esta vez parece más que probable- tendrá que negociar, para asegurarse la mayoría, con Ciudadanos, con los nacionalistas vascos, con la diputada de CC, Ana Oramas, y con el diputado de Nueva Canarias, Pedro Quevedo. No es un escenario fácil. Hay muchas cosas que separan a unos y otros. Rivera ha hecho una campaña anti Rajoy y Ciudadanos es abiertamente anti nacionalista. Y Nueva Canarias se presentó en alianza con los socialistas en Las Palmas. Pero la pela es la pela. Con los Presupuestos Generales del Estado en las manos, para los dos diputados canarios y para los vascos tener al Gobierno agarrado por salva sea la parte sí tiene precio. Y a Ciudadanos bloquear la formación de un nuevo Gobierno no le reportaría ningún beneficio y sí muchas críticas.

Un gobierno a la izquierda no es imposible, pero es más difícil. Porque entre el PSOE y Podemos sigue existiendo el mismo abismo. Y porque Iglesias sigue lastrado con la pesada carga del soberanismo de sus confluencias -Marea, Compromís y En Comú- que tienen como telón de fondo de su acción política la ruptura del actual modelo de Estado. El PSOE, además, tiene que afrontar desde hoy mismo un lento proceso de regeneración que va a pasar por una discusión interna de sus liderazgos, de sus mensajes y de su candidato. Que Pedro Sánchez lo meta por el camino de una nueva investidura -si fracasara Rajoy- con el apoyo de Unidos Podemos, sus aliados, Esquerra Republicana de Cataluña, Convergencia y Bildu, es un jaleo mayúsculo donde, por cierto, el voto de los nacionalistas canarios vuelve a ser decisivo para dar la mayoría. Un panorama complejo. Pero desde el punto de vista estricto de Canarias, como si nos hubiésemos sacado la bonoloto.