Ya no estoy en la ciudad que lleva muchos años pretendiendo ser otra cosa, por ahora sin éxito. En parte por esto, aunque mucho más por dejar atrás el campo de batalla de la política, por mucho que ellos también hagan las maletas (cada vez, y solo en este aspecto, se parecen más a profesores y maestros), me coloco en el culo del mundo que más me gusta, al menos en esta coyuntura, aunque mucho me da que esto va para largo.

Hoy, cuando este periódico esté en quioscos y baretos de café y mañanas de bebida blanca, quizá ya me encuentre a medio camino, lejos de la urbe más insulsa y a pocos kilómetros de poder abrazar el monteverde, el campo brilloso y la sombra (incluso con día nublado) y la humedad que acompañan a mi árbol preferido, apéndices de éste, por no decir que en realidad son la misma cosa, el mismo lujo, la misma unidad, el mismo regalo tantas veces repetido pero nunca cansino ni agotador ni aburrido ni abominable: puro mito.

Camino de aquel lugar, tengo previsto ir acompañado de perro, amistad y caja sonora para dar a la música el cuerpo escultórico imperfecto que parta de cada chispa, de cada tema, de cada canción semiolvidada, de cada elección tarareada.

Hoy, cuando me siente debajo del árbol, con los chuchos de todos los tamaños y formas corre que te corre y huele que te huele, unos a otros y otros a unos, lo primero que haré es quedarme quieto y en silencio (como el que espera ansioso que un ovni baje, en ese mismo instante, para llevarlo al paraíso); respirar verde de naturaleza y, con el gesto de meter dentro el otro paisaje: raíz, huella y carácter, quedarme absorbido por lo que queda del día, que desearé maravilloso, gritón a veces (las menos), sonriente, ardiente y cantado.

Como sé que el ovni no llegará a tiempo, lo que suele ocurrir con estos bichos informales (siempre aparecen en el momento menos indicado, por timidez), tras inhalar tranquilidad bajo la sombra rodeado de humedad medicamentosa, con el placer de estar perdido, me dirigiré a buscar leña oliente que regale fuego, alocado por patas y tropiezos, para, con la llegada que se hará de rogar de los demás, iniciar una jornada que pretendo que sea diferente, lejana, sencilla y hermosa.

Con la llama ya casi dormida, con el fuego que calienta pero no quema, todo tomará un cariz oportuno, y la sentada será necesaria para activar la limpia observación del amarillo, el verde y el marrón, de la velocidad congelada y del manejo de pájaros y animales de corral, que también sabrán que algo se está tramando. Todo preparado para estar debajo del árbol.

Hoy, ya, ahora: al fin.