Ni los medios de comunicación de "godilandia" conocen la geografía de España, ni saben contar. Después de afirmar durante un par de días que no existía mayoría posible de investidura para Rajoy, descubrieron que en ultramar, allá abajo, un partido llamado Nueva Canarias había obtenido un diputado en alianza con el PSOE. Un diputado que iba a pasarse al Grupo Mixto del Congreso y que matemáticamente constituiría, con el PNV, el voto decisivo de un posible pacto al centro derecha.

Entonces el foco mediático cayó sobre Pedro Quevedo, un médico que lleva media vida trasteando en política junto a su amigo Román Rodríguez, un tipo enjundioso y socarrón que esconde tras una gran sonrisa un cerebro notable. Y nada más aparecer bajo las luces, Quevedo ha soltado una frase que es como una cadena: "en ningún caso me abstendré o votaré a favor de la investidura de Rajoy".

Cuando uno es tan contundente se está atando a sí mismo para el futuro. Es como si, previendo la llegada de un gran huracán, Quevedo haya decidido protegerse en el refugio blindado de sus propias palabras. Es verdad que para que su voto fuera necesario tendrían que pasar muchas cosas. Primero, que Ciudadanos aceptase votar a favor de Rajoy en una investidura, cosa que por ahora parece bastante imposible. Y que aceptase hacerlo al mismo tiempo que los nacionalistas vascos del PNV y la diputada de Coalición Canaria, Ana María Oramas, con los que Rivera no quiere ni rozarse su terno impoluto por los pasillos.

Pero si fuera así; si el sino político retorciera las cosas hasta llevar el agua al molino de Rajoy, ahí quedarían las palabras de Pedro Quevedo para mantenerle atado. Y eso tiene un gran valor. Porque le va a caer la mundial. Muchos le demandarán que reflexione, porque su apoyo y el de Oramas pueden suponer para Canarias un nuevo sistema de financiación y mayores inversiones del Estado. Otros le recordarán que los diputados van al Congreso a trabajar por sus electores, no por sus partidos y que la aversión ideológica con el PP no puede estar por encima de un beneficio para su tierra. Pero Pedro seguirá a flote, agarrado a sus palabras. Porque es cierto que si una sola abstención puede desbloquear la investidura, no tiene por qué ser precisamente la suya. Que se abstenga alguien del PSOE, ha dicho. O todo el grupo, ya puestos.

De aquí a que vaya aumentando la presión en la olla política falta un largo trecho. Pero conforme se acerque el fantasma de unas terceras elecciones, Quevedo se va a sancochar en un inclemente tejemaneje de presiones. Porque la experiencia demuestra que la cuerda siempre se rompe por el lado más débil. El PSOE no va a darle a Pablo Iglesias el regalo de su abstención envuelto en celofán. Y existen pocas mayorías que se puedan lograr en este Congreso que no pasen por contar con unos pocos votos sueltos y singularmente con el del diputado de Nueva Canarias. Que vaya don Pedro untando su voto con tocino, para cuando se lo muerdan los perros de Castilla.