Messi asegura que no jugará más con la selección de su país, harto de no lograr el triunfo con ella. Y en medio de -al parecer- las miles de peticiones que ha recibido el jugador para que no abandone, leo con interés la carta que le ha remitido una maestra argentina. En el texto que han reproducido los periódicos deportivos, la docente explica que a sus alumnos ídolos del futbolista, les habla del "Messi que puede equivocarse hasta errando un penalti porque de fallas estamos hechas las personas y eso -añade- les muestra que hasta el más grande de todos los tiempos es imperfecto". "No te rindas, no guardes la camiseta", le pide la maestra en una carta extensa.

Esta noche, cuando he retomado la biografía de Rita Levi-Montalcini, he leído: "muchas veces estuve a punto de desistir". La científica italiana explica con detalle en sus memorias el largo y complejo camino de su vida. Habla de su "natural inseguro y miedoso" en su infancia y adolescencia. Cuenta "lo poco sociable que era" y cómo la aversión que sentía por el deporte y la dificultad que tenía para relacionarse con las chicas de su edad, no hacían sino acentuar su "profunda sensación de aislamiento".

Rebelada contra la supremacía masculina de los años treinta, todo su interés fue estudiar medicina. Para eso arrancó a duras penas el consentimiento de su padre no convencido del todo de la decisión, y con ese escaso respaldo paterno se consagró a los estudios. Tras doctorarse, una de sus primeras tareas fue estudiar "cómo y por qué procesos se forman las circunvoluciones del cerebro en los fetos humanos". Cuando el profesor la llamó a su despacho y "examinó las preparaciones que debían mostrar tal cosa, éste las calificó de "porquerías" y le dijo que "decididamente, no estaba hecha para la investigación". La científica recuerda con dolor cómo pasó automáticamente a la lista negra de los estudiantes a quienes el profesor calificaba de "necios".

Tras dos frustrantes intentos logró, por primera vez, apasionarse con una nueva investigación pero los tiempos no acompañaron. En las páginas que llama "los años difíciles", relata cómo en plena Segunda Guerra Mundial transformó su dormitorio en un laboratorio y cómo lo dispuso todo valiéndose de un instrumental modesto para continuar con sus experimentos. Cuando el conflicto se recrudeció se vio obligada a varias mudanzas y a vivir como refugiada en la clandestinidad, con cartilla de racionamiento, toque de queda y "faltando la luz, el agua y el pan". Al terminar aquel horror, asegura que "no resultó fácil retomar la vida que tan brutalmente interrumpió la guerra". Esa nueva vida comenzó y se desarrolló en gran parte en Estados Unidos en donde la neuróloga italiana pudo por fin, vencidos mil inconvenientes, entregarse a la investigación.

De aquel empecinamiento por investigar en "los años difíciles", de continuar experimentando en medio de la calamidad, del "desprecio de los obstáculos", de la superación de "complejos", de todo esto que ella misma relata, llegó el descubrimiento: en 1952 identificó el factor de crecimiento nervioso por el que recibió el Nobel de Medicina junto a Stanley Cohen. Según he leído, ahora se estudia su posible utilidad en las enfermedades neurodegenerativas, como la enfermedad de Alzheimer.

De la lectura de la memoria de su vida me quedo con el último párrafo de la última página. Ahí concluye cómo su investigación científica "ha seguido una trayectoria tortuosa, imprevisible e imperfecta. Como tal -dice- es prueba de que la imperfección, y no la perfección, es la base del humano obrar". De tanto revés, de tanto obstáculo, de tanto errar, ella -que fue premio Nobel- hace un "elogio de la imperfección". El mismo elogio que la maestra pone en valor.

@rociocelisr

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