Alekséi Leónov fue el primer ser humano en dar un paseo espacial. Era el año 1965. Estados Unidos y la URSS pugnaban en aquella década por meter a un hombre en la Luna y tener la capacidad tecnológica suficiente para poder abandonar la nave era el primer paso. El cosmonauta ruso lo logró en el Vosjod-2. 51 años y un par de meses más tarde, ha estado en el Palacio de Salazar, en Santa Cruz de La Palma, para convertirse en la segunda persona, tras Stephen Hawking, que recibe la distinción que lo acredita como miembro del Paseo de las Estrellas de la Ciencia de la Isla.

Leónov fue un héroe en la extinta Unión Soviética. Recibió hasta dos veces esa condecoración. Pero en ese viaje, al menos en ese, necesito suerte. Tuvo problemas para volver a la nave tras salir al espacio, también en el descenso a Tierra, se desviaron del lugar fijado para el aterrizaje... Tenía que estar "de paseo" entre 10 y 15 minutos y estuvo más de 20. El traje se le fue hinchando más de lo esperado, sus pies y manos apenas alcanzaban a estar dentro de las botas y guantes del traje, y pese a que lo intentó en reiteradas ocasiones no pudo acceder a la esclusa Volga entrando por los pies, lo que era clave para poder sentarse en su asiento.

Acelerado por la situación, decidió por cuenta propia expulsar aire de su traje a través de una válvula exterior hasta llevarlo a niveles de emergencia y así entrar por la esclusa de cabeza. Una vez en su interior, tuvo que darse la vuelta en una nave de poco más de dos metros de diámetro.

No fue el único contratiempo. El encendido orbital para iniciar el descenso a la Tierra fue manual, misión que recayó en Beliáyev, su compañero en aquella aventura, después de que el automático no funcionara. Y, encima, la nave aterrizó a casi 400 kilómetros del lugar previsto. En Siberia. A 30 grados bajo cero. Cayeron en un lugar donde no podían llegar los helicópteros y tuvieron que esperar a un equipo de rescate que llegó a su posición en esquís.

De aquello hace demasiado tiempo. Era otra tecnología menos avanzada, con más riesgos, y Leónov era de los mejores. Ayer, sin embargo, estuvo más preocupado por cosas banales: "Es una sensación muy rara pero interesante que vayan a poner una piedra en el suelo con mi nombre para que la gente la pise", dijo el cosmonauta ruso, quien sentenció con un "prometo que mi estrella será muy dura".