A Manuel Hernández, Manolo (La Laguna, 1949), lo conocen hasta en el Machu Picchu. No es una figuración. Hace algunos años se presentó en su consulta uno de sus pacientes, en esa ocasión de vuelta de Perú y, se deduce, sorprendido. Había sufrido una torcedura en aquella zona y, al verlo, un deportista local le preguntó que si necesitaba asistencia médica. "No, yo soy de Canarias; mañana vuelvo a Tenerife...", le vino a responder al ofrecimiento. La conversación dio entonces un giro inesperado: "¡Pues vete a casa de Manolo, en La Laguna!", le espetó el peruano, que resultó que había conocido a Hernández durante el Campeonato Mundial de Atletismo de Sevilla de 1999.

La anterior es una de las anécdotas que destaca de su trayectoria profesional un masajista que el jueves pregonó la Romería de San Benito y que a media mañana del viernes atendía junto a su familia una sala de espera a rebosar, como siempre. Por eso último, y una cuestión de probabilidades, es que la historia andina tampoco extraña tanto. "Me gustó desde niño y aprendí de varias personas mayores que se dedicaban a este tipo de manipulación", rememora acerca de sus inicios desde una de las estancias de su centro, ubicado en Marqués de Celada y donde lleva 20 años de trabajo, que siguen a 16 más en otro inmueble situado en la misma calle, unos números más abajo.

Por allí han pasado, detalla, clientes de decenas de nacionalidades, marcadas en un mapa desde hace algún tiempo por su yerno. "He tenido suerte y la gente se ha ido avisando de unos a otros", indica para tratar de dar explicación al éxito obtenido, que le ha generado hasta disgustos, como cuando le tocaban en su domicilio en plena noche en busca de remedio para alguna dolencia. "Una vez me apareció uno a las dos y media de la madrugada, le abrí y, cuando le dije que qué le pasaba, me contestó: Estoy mal del hombro. Le pregunté que cuándo le había empezado el dolor y va y me suelta: Hace como unos dos meses", señala sobre una visita inoportuna a la que, con los años, se refiere incluso con humor.

Otra de las facetas que hacen singular su perfil tiene que ver en cierta medida con un segundo despacho que abre dos veces en semana en Playa San Juan, en Santiago del Teide. Y es que a ese municipio sureño dedicó buena parte de los siete años que duró una época de su vida de la que habla con naturalidad: fue sacerdote en el núcleo de Tamaimo, así como en La Palma y, por un corto espacio de tiempo, en La Laguna, donde colaboró con el por entonces párroco de La Concepción coincidiendo con el derrumbe del techo del templo a inicios de los años 70.

Sin embargo, relata que decidió abandonar los hábitos y comenzar una nueva andadura profesional. Primero, en Sal Trini; después, junto a su padre en una empresa que pusieron en marcha y que lo llevó a recorrer todo Tenerife y otras islas distribuyendo productos. El contexto económico que vino después hizo tambalear el negocio y lo dirigió hacia otros ramos, hasta que terminó dedicándose por completo a la función que le había atraído desde que era pequeño y que él denomina "artroterapia", debido a la manipulación que se ejerce en las articulaciones.

Y casi siempre cerca de la zona de San Benito. No en vano se presentó como "sambenitero" en el pregón de unas fiestas que, echando la vista al pasado, anteayer recordaba como "más íntimas". "Los inicios de las cosas son siempre más espontáneos", expresa el masajista de un tiempo en el que salían a pedir dinero por las casas para poder desarrollar los festejos, en el que participaban camellos en el desfile y del que también le vienen a la memoria los bailes en un salón que se situaba a la entrada del barrio. ¿Y cuál fue su reacción cuando lo llamaron para abrir la celebración de este año? "Lo primero que dije fue: Me lo pienso", apunta sobre un texto que al final acabó elaborando en un tono sentido y en el que recurrió a unos cuantos vocablos de origen guanche.

Eso último no es casual. "Soy independentista; mi patria es Canarias, mi nación es Canarias. A un árbol que no tiene raíces el viento lo tumba", dice sobre el otro vértice que completa su historia; la de un hombre y unas manos en las que hay hasta quienes ven una capacidad sobrenatural. Él, mientras tanto, la sitúa más cerca de la Tierra y el trabajo.