No quieren dar la cara, pero están hartos de soportar durante años lo que entienden como "desidia y desinterés de unas administraciones que se pasan la pelota. El Ayuntamiento de Santa Cruz, a cuya oficina de distrito nos hemos dirigido en bastantes ocasiones, argumenta que esta zona es privada, pero pagamos basura y contribución como todos. Reclamamos servicios, nada más, algunos tan básicos como el alumbrado público. Son representantes de los entre 20 y 25 vecinos que residen en una calle del barrio de La Gallega de nombre evocador y dulce: Rositén. Como los caramelos "de toda la vida", porque allí se ubica la antigua fábrica.

EL DÍA recorrió el pasado jueves esta pequeña vía de apenas unos cien metros a la que se accede desde la carretera general. Juan vive allí y explica: "Ya hemos tenido problemas de inseguridad porque cuando cae la noche la oscuridad es absoluta". Varios vecinos acompañan a este periódico hasta un fondo de saco al final de la vía que da a un gran descampado. Apostillan: "Por aquí puede acechar cualquiera y darnos un buen susto".

Las farolas de la fachada de la antigua fábrica están de adorno, porque hace tiempo que no funcionan. Desde que Rositén cerró aquí, "hace cinco o seis años. Cada vez que nos dirigimos al distrito a través de la AV Guacimara nos plantean que esto es privado y no entendemos". Alaban al propietario de la fábrica que, indican, siempre les ha dado "facilidades para acometer las obras del alumbrado o el asfaltado, pero como es evidente no podemos afrontarlas los vecinos en solitario".

Ya no es únicamente el alumbrado: "Tampoco hay alcantarillado y el asfalto para que los vehículos puedan rodar lo hemos puesto nosotros. Tanto el material, o sea en el revuelto de cemento, como la mano de obra para tener unas simples roderas".

Un solitario contenedor de basura, a mitad de la calle, despierta de nuevo la crítica: "La recogen muy de vez en cuando y no es la primera vez que el zafarrancho de limpieza lo hacemos nosotros".

No acaba aquí la problemática cotidiana relacionada con la seguridad o, mejor dicho, su ausencia.

Al mirar desde lo alto de un muro situado frente a las viviendas llega la sorpresa. Abajo hay un auténtico "cementerio de uralita" con el que a diario conviven grandes y chicos en Rositén. Explican: "Otra fábrica que estaba enfrente quebró y un banco se hizo con la nave. Cambiaron el techo para venderla -no ha pasado aún- y tiraron la uralita al solar de al lado". Y ahí sigue el venenoso polvo del amianto al aire.

Justo al lado aparece una torreta eléctrica que "servirá para otro lado porque esta calle no tiene luz. Está sin anclajes que garanticen la plena seguridad, se ve casi suelta cuando hay viento. Preguntamos y nadie se hace responsable. Si un día se cae, nos mata a todos".

Un apunte en la despedida: "Los niños salen a jugar y corren el riesgo de caer a un solar sin barandilla ni protección. Un peligro evidente".

Ya hay una calle del Olvido en el barrio de Salamanca, pero la verdadera está en La Gallega. Aunque también tenga sabor a caramelo... Rositén.