La masacre reciente de Niza, llevada a cabo por un joven francés de ascendencia tunecina, Mohamed Lahouaiej Bouhlel, pero nacido en Francia, nos vuelve a poner a la mayoría de la población europea, pero también mundial -ya que este terrorismo se puede considerar global-, ante la disyuntiva de vivir participando diariamente en una perversa tómbola donde casi siempre toca; solo que el premio -siniestro premio- suele ser el terror, el sufrimiento y la muerte, y de forma indiscriminada: da igual si llevas o no boleto.

Este terrorismo global, donde para nuestra mejoría mental y emocional no deberíamos sentirnos permanentemente culpables de su existencia, es aquel que desde la década de los noventa lleva a cabo el ISIS, y que se ha manifestado a través de numerosos atentados perpetrados en diversos países y que han tenido una amplia difusión transnacional. Recordemos que en Madrid actuaron en 2004 ocasionando la mayor masacre cometida hasta ahora en suelo europeo; Londres en el 2005 con medio centenar de muertos; el semanario francés Charlie Hebdo es atacado con bombas incendiarias en París, seguido de una bomba y una masacre en un campamento juvenil en Oslo en el 2011; Toulouse en el 2012; museo judío de Bruselas en el 2014; París vuelve a ser castigada en el 2015 al ser atacada y asesinados 12 periodistas de la revista satírica Charlie Hebdo y, pocos meses después, dejan un reguero de cadáveres en diversos puntos de la capital parisina.

Esto sólo en suelo europeo; si contamos los demás atentados a nivel mundial, los muertos se pueden contar por miles. El terrorismo es, pues, global. Incluso podemos estar hablando de una especie de guerra asimétrica que escoge a la población civil como eje y centro de sus actuaciones terroristas para producir terror y muerte, pero también para obligar a los responsables políticos de los países donde actúan a que lleven a cabo determinadas limitaciones de los derechos civiles de sus habitantes, más allá incluso de lo que resulte imprescindible para contrarrestar la ofensiva terrorista. De tal forma que siempre pueda surgir la dicotomía de tener que elegir entre libertad y seguridad.

Además, dichas actuaciones terroristas no sólo van dirigidas contra la vida de las personas, sino que, por extensión, también afectan a sus haciendas; al menos en el sentido de que el "terror" y el "miedo" son libres pero muy contagiosos y actúan como verdaderos virus inmersos en las economías de países que "viven" del turismo y de su imagen. Según estimó el Tesoro francés, los ataques terroristas de París del pasado noviembre costaron más de 2.000 millones de euros, debido principalmente a la disminución del turismo y del gasto en consumo. En países del norte de África, el turismo se ha reducido más de un 40%.

Si a todo esto le añadimos la incertidumbre política y económica que están padeciendo diversos países europeos, principalmente el Reino Unido de Gran Bretaña con su decidido apoyo al "brexit", y los constantes sobresaltos que pueden ocasionar las revueltas populares y los golpes de estado como el recientemente celebrado en Turquía, todo esto hace que surjan movimientos xenófobos y se envalentonen los movimientos nacionalistas, generando inestabilidad social y política y ocasionando huida de capitales, cambio de flujos turísticos y, sobre todo, desesperanza, estupor y miedo.

Solo la unidad en la defensa de nuestros principios básicos y fundamentales, que ha llevado a los pueblos de occidente a ser tolerantes, libres e iguales, nos devolverá de nuevo la fraternidad, la paz y la esperanza tan deseada y, a la vez, tan necesaria.

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