Aunque en política no hay nada seguro, a veces se cumplen las leyes de la física política. Ayer en el Congreso funcionó el segundo principio de las leyes de la termodinámica de la izquierda, que es la inexorable tendencia a la entropía o, lo que es lo mismo, la tendencia al desorden de la energía y la materia.

El soberanismo, instalado en el maximalismo simbólico, decidió apostar por lo suyo. Porque entre otras cosas no está concernido por el resto de las cosas que suceden fuera del ámbito de su hoja de ruta. Tanto Esquerra Republicana de Cataluña, que apostó por Davier Domenech, como los nuevos diputados del Partido Demócrata Catalán (antiguo CDC de Artur Mas), que votaron por Francesc Homs, dedicaron sus 17 votos a la más perfecta inutilidad.

En el otro lado tampoco es que estuvieran mejor las cosas. El PSOE y Podemos están más ocupados en desmontarse mutuamente, en desgastar sus expectativas electorales y en disputarse el papel de liderazgo en la oposición -qué pobres expectativas- que en llegar a acuerdos inteligentes para aprovechar los votos dispersos de la progresía. Así que el mosaico polícromo de la izquierda se transformó efectivamente en un concierto de instrumentos desafinados que acabó con el triunfo de Ana Pastor en una segunda votación, por una mayoría relativa.

Para que eso fuera posible, además del desorden de la izquierda sesgada por los independentismos, hay que apuntar otros factores. El PP ha negociado inteligentemente, primero con Ciudadanos, a los que ha terminado por alejar de cualquier tentación de seguir con su pacto con los socialistas, y después con los nacionalistas conservadores. Al PNV le han metido en la Mesa del Senado. Y la otra clave estaba en el Partido Demócrata Catalán, al que es bastante posible que le concedan un grupo en el Congreso de los Diputados. Para los nacionalistas catalanes tener grupo es una cuestión fundamental y depende de una sutil interpretación del reglamento de la Cámara (no tuvieron el 15% de los votos de su circunscripción). Que el PP le garantice tenerlo le supone tener voz propia, presencia en los debates y asignaciones presupuestarias. Un chollo que les aleja del infierno del Grupo Mixto. Ahí puede estar la clave para que sus votos se mantuvieran en una estratégica abstención, como el de Coalición Canaria.

Aislar esos 14 votos nacionalistas (vascos, catalán y canario) supuso bloquear la posibilidad de una mayoría de la izquierda. Pero no habría hecho falta. La fanfarria sexi ni siquiera pudo cumplir con su acuerdo de apoyar al candidato más votado de la izquierda en la segunda votación. Patxi López sólo sacó 155 votos frente a los 169 del centro derecha (PP y Ciudadanos), lo cual viene a significar que se fugaron bastantes votos del bloque de izquierdas y soberanistas (PSOE, Podemos y sus confluencias, ERC y Bildu suman 167).

Las poderosas fuerzas del desorden. "Tú tienes dos ojos, pero el partido tiene mil", escribió Bertolt Brecht para que lo citara Manuel Váquez Montalván. Mil ojos. Y mil cerebros. Y mil ideas distintas. Esa es la riqueza de la izquierda. Y su perdición. Ahora más de lo mismo.