Los países desarrollados han vivido décadas de estabilidad política y jurídica después de la II Guerra Mundial, y, gracias a ella, la economía y los mercados han ido respondiendo con claridad y aparente lógica a las situaciones que se iban presentando. Llámese económica, con la gran crisis, de la que aún no hemos salido, prima de riesgo, endeudamiento, crisis bancaria, rescate de Estados, etc.; social-política, con la oleada de refugiados e inmigrantes, o política, con el "brexit" y sus posibles repercusiones.

Pero si nos centramos en los riesgos que han entrado en escena en los últimos años, casi un década, no queda más remedio que analizar la influencia que están teniendo, y sobre todo tendrán, los acontecimientos que se están viviendo en Occidente. En concreto, me estoy refiriendo a los atentados en Bélgica, en EEUU y en Francia, que se repiten de forma indiscriminada y errática. No utilizo adjetivos para explicar sus motivos porque un atentado es un atentado, sin que sirva ningún calificativo para describirlo. Hay que añadir el reciente y, aparentemente corto, golpe de Estado en Turquía, que, sumado, a todo lo anteriormente mencionado, no ha hecho más que mermar la tranquilidad de los ciudadanos occidentales, provocando una sensación creciente de inseguridad en la población. Y con esta situación social se alimentan los partidos políticos más radicales, que llegan con mayor facilidad a los ciudadanos insatisfechos y que los convierten en los salvadores de la patria, con la esperanza de que algo cambie de verdad y que puedan vivir mejor.

Los mercados y las empresas tomarán sus decisiones inversoras en función de muchos factores y analizarán concienzudamente cada uno de ellos. Serán capaces de seguir invirtiendo o incluso comenzar a invertir en los países en los que haya atentados terroristas, inestabilidad política, posibles dictaduras, etc. Las empresas harán sus cálculos y se podrán adaptar a las situaciones de inestabilidad jurídica aceptando, de antemano, que los principios de libre mercado no serán precisamente los que puedan dominar en un determinado país. Las empresas, como siempre, evaluarán los riesgos geopolíticos y decidirán entre aceptarlos o no, poniendo en la balanza los posibles beneficios que potencialmente crean capaces de obtener en contraposición a los posibles perjuicios. Por poner un ejemplo, parece lógico pensar que Turquía e incluso Francia puedan sufrir una reducción inversora en el sector turístico y que este dinero se traslade a otros lugares que, momentáneamente, parezcan más seguros. Con estos movimientos, se verían claramente afectados los flujos vacacionales y con ello las zonas turísticas. Es indiscutible que los mercados y las empresas serán los primeros en adaptarse, algunas empresas saldrán ganando y otras perdiendo, pero el dinero se moverá.

Sin embargo, los ciudadanos, una vez más, serán los grandes perdedores. Les costará muchísimo entenderlos con toda su complejidad y adaptarse a ellos aún más. De hecho, son muchos los que piensan que la inseguridad creciente de la población del Reino Unido, que no ha visto con buenos ojos las políticas flexibles de inmigración de la Unión Europea y consideran que deben endurecerse, es la que les ha llevado a tomar la decisión de aceptar el "brexit", para ser ellos mismos los que pongan las medidas cautelares a esta situación sin depender de nadie. Esta inseguridad ciudadana, en la que se encuentra la sociedad occidental, en general, es la que hay que tener muy en cuenta para tomar las medidas políticas adecuadas que nos ayuden a afrontar estos nuevos retos.

La lucha contra el terrorismo no se puede centrar, exclusivamente, en un mayor control de los ciudadanos y de las comunidades, dentro de Europa, donde se presuponga un mayor riesgo islamista. Ya hay varios partidos políticos en Francia que demandan, después de los atentados sufridos, un mayor control policial y políticas de inmigración más duras. Con ello, potenciaríamos, sin lugar a dudas, un rechazo social a los inmigrantes en general, y este evolucionaría en el futuro hacia el rechazo de cualquier extranjero. Con ello, estaríamos favoreciendo que los nacionalismos y los fascismos se consideren la mejor opción para controlar la supuesta amenaza de la inmigración, considerando a esta como la culpable de todos los problemas de la sociedad, además de la del terrorismo.

Yo no tengo la solución perfecta a este problema, pero sí que veo con claridad que, en el intento de resolver un problema en el que todos podemos estar de acuerdo, se puede entrar en un bucle de difícil salida. Las políticas antiterroristas tendrán que hacer su trabajo evitando que los Derechos Humanos sean vulnerados para que la Europa que conocemos los que hemos nacido en democracia se mantenga unida.

No puedo evitar que, poniendo sobre la mesa todos estos últimos acontecimientos, me venga a la memoria los ciclos en los que se ha movido, hasta ahora, la humanidad. Hay muchos que consideran que la Gran Depresión del 29 fue la desencadenante de la II Guerra Mundial, y aunque yo creo que los motivos fueron algo más complejos, no es incierto que la crisis provocó en países como Italia y Alemania un fascismo y un nacionalismo más radical que en el resto de países que también sufrieron la crisis. Los extremos nunca son buenos pero en política aún son peores. Es por ello por lo que considero que, ahora más que nunca, es necesario una Europa más unida hasta llegar a alcanzar la denominación de los Estados Unidos de Europa como símbolo de la unión de los Estados en contra de barbarie y capaz de garantizar nuestra seguridad. El mundo está cambiando rápidamente.

*Consejera empresarial, doctora en Derecho y economista