La impermanencia es un principio de armonía. Cuando no luchamos contra ella, estamos en armonía con la realidad.

Pema Chodron

Cambiamos. Siempre. Y que no te engañen. El cambio es parte consustancial de la naturaleza humana. Desde los evidentes cambios que sobrevienen con la edad, hasta aquellos que vienen determinados por las circunstancias externas, aquellas que no podemos controlar.

Y es aquí donde comienzan los problemas. En nuestra resistencia a los cambios naturales o inevitables que van aconteciendo a lo largo de nuestra vida. Tanto es así que se produce un curioso fenómeno por el cual, sin ninguna lógica, añadimos a estos cambios nuestras propias limitaciones. Y lo que parece todavía más sorprendente es cómo, sin mucho fundamento, damos por hecho una serie de condicionantes culturales, sociales o educativos, que se asocian a la edad, y los asumimos como inevitables.

Simplificando, podríamos decir que experimentamos dos grandes tipos de cambios: los que señalamos al principio de este artículo, los naturales o condicionados a situaciones o personas, y los que elegimos. Unos y otros se interrelacionan. Forman parte de nosotros.

De nuestra aceptación de quienes somos. La diferencia está en la actitud en que asumamos este balance de cambio y el protagonismo que queramos tener en ellos. Podríamos llamarlo el balance de cambio. Según decidamos nosotros, podremos aceptar amablemente los cambios naturales e inevitables y decidir aquellos que queremos incorporar en nuestra vida. Nuestro balance será positivo si sentimos cómo pilotamos nuestra existencia, integrándonos en el ser cambiante que somos. Y explorando nuestras posibilidades de crecer como personas. Si, por el contrario, establecemos una lucha contra el cambio, nuestra insatisfacción será la que vaya creciendo. Sin aceptar el principio esencial de la impermanencia de la vida, seremos infelices.

A partir de la pregunta ¿qué es lo que hace cambiar a las personas cuando pretenden modificar alguna situación indeseable o problemática?, James Prochaska y Carlo Diclemente crearon un modelo para intentar comprender qué, cómo, cuándo y por qué cambian las personas. Su modelo transteórico, compuesto por estadios, procesos y niveles, estaba pensado para las conductas adictivas, pero es perfectamente aplicable a cualquier tipo de cambio.

Para lograr el cambio, pasamos por etapas, bien definidas e identificables. Para alcanzar el éxito en el cambio, resulta fundamental saber dónde nos encontramos.

El modelo propone una serie de etapas:

En la primera, la denominada precontemplación, nuestra conciencia de cambio es muy lejana. Sabemos que algo no va bien hace tiempo, pero nuestra inclinación a hacer algo es casi inexistente. En una segunda etapa, la contemplación, nuestra conciencia de cambio es más nítida, y empezamos a considerar seriamente la modificación de algunos aspectos de nuestra vida. En esta etapa, aunque se mantienen las dudas, comenzamos a aceptar la ayuda de los demás. La preparación es ya el momento en que nos encontramos listos para la actuación, habiendo dado algunos pasos hacia nuestros objetivos.

Las etapas clave para conseguir cambios duraderos y satisfactorios son: la acción, en la que se hacen más evidentes los pasos que se toman para lograr el cambio; y el mantenimiento, que es un tiempo clave de consolidación de nuestros cambios y de nuestro estilo de vida. Una última etapa, la finalización, viene marcada por la naturalidad. Los cambios ya son parte de nosotros y nos encontramos preparados para asumir nuevos retos.

Este modelo de cambio, aunque desarrollado para un entorno terapéutico, es perfectamente aplicable a cualquier cambio que queramos incorporar en nuestra vida. El conocimiento de las etapas y la paciencia que debemos tener con nosotros mismos forman parte esencial de cualquier proceso de mejora personal que queramos emprender.

Eso, o nos quedamos a verlas venir, quejándonos de los cambios, añorando tiempos pasados, supuestamente mejores, y dejando que nuestro presente se deslice entre nuestros recuerdos.

La decisión es nuestra. Sin duda.