Nino Díaz, director del 33 Festival Internacional de Música de Canarias, parece empeñado en presentarnos el debate sobre la programación del Festival como una pelea entre las masas del pueblo llano y las élites culturales, vampirizadoras del erario público. Lo cierto es que la forma en que ha gestionado el festival este hombre, asesor de David de la Hoz en el Parlamento, enchufado como director del Festival por la consejera de Cultura tirando de la cuota de Coalición por Lanzarote, apesta a catástrofe. No soy lo que se dice un melómano, pero siempre he creído que el Festival de Música de Canarias es uno de los pocos acontecimientos culturales del Archipiélago con verdadero prestigio y proyección internacional, y sin duda el más importante de todos ellos. Comprendo que estamos en tiempos de crisis, y nunca me he opuesto numantinamente a los recortes que -un año tras otro- ha sufrido el Festival, con merma evidente de su oferta. En tiempos difíciles, hay que apretarse el cinturón, y el Festival no es posiblemente el asunto más importante al que deba hacer frente el Gobierno, por más que contraste la dureza presupuestaria con la que ha sido tratado en estos últimos años, con los derroches económicos del Septenio en el arranque de la crisis, o con los millones dedicados a fondo perdido al fútbol, por ejemplo.

Pero ahora no se trata de eso: ahora de lo que se trata, después de ocho años de justificar apreturas y bajones en la calidad, es del rechazo unánime del Consejo a la programación que Nino Díaz se ha sacado de la manga, uno no sabe si por absoluta incapacidad para hacerse cargo de un asunto de esta entidad, o porque el hombre -decidido a pasar factura a viejas afrentas- ha perdido completamente el oremus. Algunos miembros del consejo atribuyen su negativa a cerrar las negociaciones abiertas con la orquesta del Teatro Marinski, a un viejo pleito personal con el director de la orquesta, Valery Gergiev, que hace tres años se vio obligado por contrato a interpretar una obra de Nino Díaz -también clarinetista y compositor- que acabó en desastre. Gergiev explicó -quizá con demasiada contundencia- que la obra era "una mierda", y es probable que ahora Díaz se la esté cobrando. Dejar fuera a la única orquesta sinfónica de peso que podía ya ser contratada, puede llevar al festival a la ruina: sin una orquesta importante que tire de los abonos, la recaudación puede hundirse, y con ella quedar pelado el presupuesto de Cultura, al que el Gobierno acaba de inyectar medio millón de euros. Pero no es sólo eso: Díaz ha diseñado un programa que convierte el Festival en algo distinto a lo que siempre ha sido: sin una sola sinfónica internacional, con orquestas locales, programación en La Graciosa y con la presencia de las bandas municipales. Un curioso cóctel. La propuesta ha hecho saltar el Consejo Asesor del Festival, empezando por quienes el propio Díaz consideraba sus aliados, y ha derivado en un debate, bastante ridículo a estas alturas, sobre si el festival debe ser para los aficionados de base o para las élites "que quieren preservar sus privilegios musicales". No entendía en absoluto a qué se refieren, incluso a pesar de las explicaciones de la ''agitprop'' de Nino Díaz desde la web institucional de Canarias Cultura en Red, hasta que la cosa ha empezado a politizarse, con la filtración de correos electrónicos, la intervención de Podemos y el inicio de otro debate -este en el Gobierno- sobre la autonomía funcional de los departamentos cedidos a las islas.

Para hacer el ridículo y dejarnos con un agujero de 400.000 euros, lo mejor que podría hacer el Gobierno es enterrar de una vez el Festival y abrir un certamen de Bandas. Tan legítimo y respetable es una cosa como la otra. Pero no son lo mismo. A ver si en Cultura lo entienden.