El lunes pasado, 25 de julio, fue el día de Santiago el Mayor, santo patrón de España desde Ramiro I de Asturias, nombrado definitivamente como único patrón por el Papa Urbano VIII, en tiempos de Felipe IV rey de España en 1643, celebrándose su festividad el 25 de julio. Copatrono con la Santa Cruz de Santa Cruz de Santiago de Tenerife, nombrado tras la Gesta del 25 de Julio, con la derrota de Nelson, en la iglesia del Pilar en reconocimiento de la victoria lograda.

Es también santo patrono de numerosos pueblos, ciudades y comunidades como Galicia, en España y América del Sur. En Canarias, aparte de Santa Cruz, lo es de Santiago del Teide, habiendo sido Los Realejos puesto bajo su protección desde 1496.

Es también santo patrono del Arma de Caballería del Ejército español, nombrado por la reina María Cristina en 1846, ratificado en 1892, por R.O. de 12 de noviembre, en recuerdo de la batalla de Clavijo, donde se obtuvo una gran victoria sobre los sarracenos al aparecerse Santiago vestido de guerrero sobre un caballo blanco blandiendo una espada, simbolizando su apoyo. Mis cordiales felicitaciones a todo el personal de esta Arma por la celebración de su patronazgo.

Pues bien, me resulta incomprensible que con tantos festejos en nuestro calendario este día no se considere festivo ni a nivel nacional ni siquiera local; hasta hace unos años sí se celebraba y era festivo.

Santiago el Mayor, Jacob, en hebreo, Jaime, con apodos como Matamoros o el Hijo del Trueno. Hijo de Zebedeo y de María Salomé, nació el año 5 antes de Cristo en Betsaida, Galilea, y murió en Jerusalén, Judea, el año 44 después de Cristo. Era hermano de Juan Evangelista. Fue uno de los primeros que recibió la llamada de Jesucristo cuando estaba pescando en el lago de Genesaret junto a su hermano. Fue testigo presencial de la resurrección de la hija de Jairo y uno de los discípulos más apreciados por Jesucristo, habiendo estado presente en momentos importantes de su vida pública: transfiguración en el monte Tabor, en la oración del Huerto de los Olivos, donde fue apresado por los judíos para juzgarlo, junto a Simón Pedro y su hermano Juan; testigo también del último signo de Jesucristo ya resucitado: su aparición a orillas del lago Tiberiades y la pesca milagrosa. En los Hechos de los Apóstoles se registra su presencia en el Cenáculo en espera orante de la venida del Espíritu Santo.

Según una tradición medieval, Santiago había cruzado el mar Mediterráneo y desembarcado para predicar el Evangelio en Hispania (España y Portugal), entonces el fin del mundo conocido. Hay distintas versiones de su posible desembarco: por Gallaecia (Galicia), tras pasar las Columnas de Hércules, bordeando la Bética y Portugal; por Tarraco (Tarragona) por el valle del Ebro hasta encontrar la vía romana que recorría la Cordillera Cantábrica hasta La Coruña; o por Cartago Nova (Cartagena) hacia el Norte, Santiago de Compostela, Iria Flavia, donde predicó por primera vez en España.

Cuando la Virgen María vio cerca su muerte, recibe la visita de Jesucristo resucitado, y pide estar rodeada por los apóstoles el día de su muerte; por medio de apariciones milagrosas en carne mortal, avisa a los discípulos. La aparición a Santiago se produjo sobre un pilar en Cesaraugusta (Zaragoza). Santiago marchó entonces a Jerusalén para reencontrarse con la Virgen.

Después de una predicación fue apresado, martirizado y decapitado a filo de espada por orden de Herodes Agripa I, rey de Judea, en el año 43 d.C. Sus discípulos llevaron su cuerpo desde Jaffa por el mar Mediterráneo, en una embarcación de piedra hasta Galicia: Iria Flavia, junto al actual Padrón (Pontevedra), donde el obispo Teodomiro lo halló en el siglo IX, en los tiempos del rey de Asturias Alfonso II el Casto.

Un ermitaño llamado Paio comunicó al obispo Teodomiro que había visto algo: unas luces que le habían sobrecogido mientras caminaba por los montes. Allí hallaron una tumba donde se encontraba un cuerpo degollado con la cabeza bajo el brazo, siendo sepultado en Liberodum, donde por orden del rey se elevó un mausoleo. Descubierto entre el 812 y el 14, se convirtió desde entonces en el centro de uno de los más renombrados lugares de peregrinación de la cristiandad, conocido como el Camino de Santiago, que constituyó durante siglos un medio muy eficaz de intercambio cultural entre España y Europa en los terrenos artísticos, literario y científico, llegando este peregrinaje hasta nuestros días.

Santiago el Mayor no tuvo mucho éxito en sus predicaciones, pero abrió las puertas de la entonces Hispania a la nueva fe que había nacido en el otro extremo del Mediterráneo, Palestina. Religión que unió España durante muchos siglos, hoy tristemente perdiendo consistencia o entidad.