En 1762, en un pequeño pueblo de la Borgoña francesa, una modesta campesina llamada Jeanne Baret fue contratada por el viudo doctor Philibert Commerson para ocuparse de los asuntos del hogar. Cuentan las crónicas que el médico quedó seducido por la inteligencia de Jeanne y pronto compartió con ella conocimientos de botánica y la preparación de herbarios. Cuentan también que se enamoraron.

Dos años más tarde, Francia organizó una de las "aventuras científicas más osadas de la época". La "expedición de Boungainville" tenía por objetivo recorrer todo el planeta y -he podido leer- los resultados de sus estudios "provocaron un salto cualitativo en los conocimientos geográficos y biológicos". Boungainville era el navegante francés que estaba al frente del proyecto y a bordo contó con un equipo científico que era la élite del momento. En el escogido grupo de marineros y científicos solo había sitio para los hombres, era impensable en pleno siglo XVIII que las mujeres pudieran participar en tamaña hazaña. Primero porque no se concebía su papel en la ciencia y segundo porque tenían prohibida su presencia en los barcos de la marina de guerra.

Para ese viaje de investigación fue reclutado el doctor Commerson. Desde entonces -según recogen diferentes fuentes- se le atribuyen a este botánico "el hallazgo de las decenas de especies nuevas de plantas que la expedición aportó". Pero para la afanosa tarea de recolección, Commerson -delicado de salud- se hizo acompañar de un ayudante. De tal manera que el responsable de un enorme trabajo de campo, de recolecciones y de colecciones de plantas fue su asistente, un tal Jean Barré, un mozo "un poco afeminado (decían algunos)". Y tanto. El mozo era, en realidad, moza. Jeanne Baret, dicen que por doble amor (a Commerson y a la ciencia), se embarcó con ciento veinte marineros disfrazada de hombre. Y como hombre actuaba para evitar sospechas. Finalmente, antes de concluir la aventura, ambos fueron descubiertos y obligados a desembarcar en Isla Mauricio, donde el médico falleció.

Jeanne Baret regresó a Francia con numerosas cajas selladas que contenían cinco mil -en otros sitios he leído seis mil- especies de plantas recolectadas alrededor del globo. Entre ellas, "la más espectacular y conocida hoy en día fruto de ese viaje": la buganvilla, llamada así en honor del comandante de la expedición. Pero ni una sola de esas especies recibió su nombre. Esta mujer, que fue la primera en dar la vuelta al mundo, la primera en atravesar los meridianos terrestres camuflada entre hombres, trabajando duro, solventando las circunstancias, haciendo una inmensa contribución académica, convirtiéndose en fin, en una de las primeras científicas de la historia. Esta mujer, henchida de méritos, de la que no hemos sabido hasta hace muy poco.

Hace unos años, un botánico estadounidense llamado Eric Tepe ha reparado el "olvido" y a una planta por él descubierta la ha llamado "Solanum Baretiae" en su honor. Tepe supo de la existencia de Jeanne y de su prodigioso trabajo mientras su biógrafa, Glynis Ridley, la contaba por la radio. Yo he sabido de ella mientras trataba de encontrar remedios para amortiguar estos calores en mis macetas.

De camino a casa de mi madre atravieso varias calles cuajadas de buganvillas de intensos colores. Desde que conozco la historia de Jeanne, las mismas buganvillas me parecen distintas. Siento que la botánica francesa nos las trajo hasta aquí no solo para que pudiéramos conocer sus flores, para contemplarlas o para admirarlas. Más bien me parece a mí un recuerdo indeleble de lo que se puede alcanzar, de lo que es posible lograr, de lo que es posible hacer. Un hermoso testigo de lo que es capaz la bravura y el talento de una mujer.

@rociocelisr

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